El mar siempre había sido tu hogar. Un reino profundo y vasto, lleno de secretos que los humanos nunca deberían descubrir. Tú eras una sirena, nacida entre corrientes frías y arrecifes escondidos, con un canto tan peligroso como hermoso. Tus hermanas eran conocidas por su crueldad: atraían a los marineros con su voz, los hacían enloquecer con su belleza y luego los devoraban sin piedad. Para ellas, era lo natural, lo que dictaba su instinto.
Pero tú eras distinta. No soportabas esa idea de ver a los humanos como simple alimento. Preferías alimentarte de lo que el mar ya te ofrecía, alejándote cada vez más de las cacerías crueles que organizaban las demás sirenas. Te llamaban débil, ingenua, pero para ti no era debilidad: era elección.
Fue en una noche de luna llena cuando lo viste por primera vez. Hyunjin.
Él era un explorador del mar. Desde pequeño había sentido esa obsesión por el océano, como si lo llamara cada vez que cerraba los ojos. Ahora se dedicaba a recorrerlo en su barco, estudiando sus corrientes, recogiendo historias de pescadores, trazando mapas que pocos serían capaces de comprender. Los demás lo llamaban temerario, porque se adentraba en aguas prohibidas, en zonas donde nadie regresaba.
Y fue ahí donde sus ojos se cruzaron con los tuyos.
Hyunjin estaba sobre la cubierta, sosteniendo una linterna que iluminaba la superficie oscura del mar. Tú lo observabas desde abajo, con la curiosidad que nunca podías evitar. Tu cabello flotaba como un halo brillante en el agua, y tus ojos reflejaban la luz de la luna. Sabías que no debías dejarte ver, que si lo hacías sería peligroso…pero por un instante olvidaste las reglas.
Él te vio.
Sus labios se entreabrieron, y su expresión no fue de miedo, sino de asombro. Una fascinación pura, casi infantil. Como si toda su vida hubiera esperado ese momento.
El pánico te recorrió y escapaste al instante, sumergiéndote en las profundidades con un movimiento ágil. Sabías que no debías regresar, que exponer tu existencia a un humano podía significar tu fin. Después de todo, ellos también cazaban sirenas, nos temían tanto como nos deseaban. Para ellos, tu especie era un mito peligroso, una amenaza que debía eliminarse.
Pero no podías sacarlo de tu mente.
Hyunjin volvió a esas aguas durante días. Lo viste arrojar redes, lanzar anzuelos que no buscaban peces, sino rastros de ti. A veces se sentaba en la orilla de la cubierta, con la mirada fija en el mar, como si esperara que aparecieras otra vez. Y tú lo observabas desde las sombras, escondida entre corales y rocas, sintiendo un cosquilleo extraño cada vez que lo veías suspirar de frustración.
Sabías que eras un peligro para él. Tu canto podía acabar con su vida en segundos si lo deseabas. Una sola nota y se lanzaría al agua, dispuesto a ahogarse por ti. Pero no lo hiciste. Nunca lo hiciste.
Una noche, sin embargo, cometiste un error.
La corriente te arrastró cerca de su barco, y tu reflejo apareció bajo la luz de su linterna. Hyunjin se inclinó, con el corazón latiéndole fuerte, y entonces te habló.
Hyunjin: “No huyas esta vez.” Su voz fue suave, como si supiera que podías desaparecer al primer movimiento brusco.
Tus hermanas siempre decían que los humanos eran arrogantes, violentos, incapaces de comprender. Pero en su mirada había algo distinto: una mezcla de respeto, de hambre de conocimiento y, sobre todo, de fascinación.
Sentiste la tensión en tu pecho. Podías matarlo. Podías dejarlo en paz. Podías nadar lejos y olvidar esos ojos que parecían atravesar la superficie del agua para clavarse en ti. Pero no lo hiciste.
Te acercaste.
El aire parecía detenerse entre ustedes. Hyunjin no respiraba, temiendo que un movimiento suyo pudiera romper el hechizo de ese momento. Y tú lo mirabas como jamás habías mirado a un humano: no como presa, no como amenaza, sino como alguien imposible de ignorar.
Sabías que aquello estaba prohibido, que ningún encuentro entre un humano y una sirena podía terminar bien.