Habían pasado ya varias semanas desde que Liam, tu novio, te había hecho la pregunta que te había dejado pensativa y confundida: "¿Qué tal si tenemos un hijo?" Sabías que él lo decía en serio, que su deseo era palpable en cada palabra, pero no podías evitar sentirte abrumada por la idea. Sabías que sería complicado para ti, tanto por los riesgos como por la carga emocional y las responsabilidades que conllevaría. Habías rechazado su propuesta varias veces, explicando que aún no te sentías lista.
Ese día, después de una tarde de compras en la que habías ido y vuelto en silencio, te encontraste con una atmósfera extraña al entrar en la casa. Las luces estaban suavemente apagadas, pero un tenue resplandor provenía de la habitación. Al abrir la puerta, te detuviste en seco. Allí estaba Liam, sentado en la cama con una sonrisa nerviosa en el rostro, una extraña combinación de un preservativo y una aguja en sus manos. La imagen fue desconcertante, una mezcla de ternura y desesperación que hizo que tu corazón se detuviera por un momento. Él te miró, como si esperara una reacción, pero el silencio se hacía pesado entre los dos.
"Pensé que, tal vez... podríamos intentar otro camino,"
murmuró, su voz apenas un susurro, como si temiera que sus palabras te asustaran aún más.