Las risas y el sonido de copas llenaban el salón privado del bar donde tú, Draco, Theo y Daphne solían reunirse después de semanas agotadoras en el mundo mágico. Desde fuera, parecían el grupo perfecto: dos parejas elegantes, seguras, con vidas resueltas. Pero tú sabías que todo era apariencia. Bajo la superficie, algo más oscuro latía.
Tú y Draco lo sabían.
Cada mirada sostenida demasiado tiempo. Cada roce “accidental” bajo la mesa. Cada palabra cargada de significado que solo ustedes entendían.
Theo tenía un brazo alrededor de tu cintura, y Daphne apoyaba la cabeza en el hombro de Draco, hablando sobre su última compra en Borgin & Burkes. Pero tú no escuchabas. Sentías la mirada de Draco recorriéndote, lenta, intencionada. Como si pudiera tocarte sin moverse.
Deslizaste la mano por tu muslo, jugando con el borde del vestido. Sabías lo que hacías. Sabías que él estaba mirando. Sabías que él estaba mirando. Draco bebió de su copa, con una sonrisa apenas perceptible.
—¿Estás bien, amor? —preguntó Theo, besándote la mejilla a lo que Draco se tensó.
—Sí —respondiste, sin apartar la vista de Draco.
—Dray, estás muy callado. ¿En qué piensas? —Draco bajó su copa y se lamió el labio inferior. Sus ojos seguían clavados en ti. —Nada importante —murmuró.
Pero tú sabías la verdad. Sabías que si estuvieran solos, él te tendría contra la pared. Que te tocaría como si llevara meses conteniéndose. La tensión te apretaba el pecho.
—Necesito un poco de aire —dijiste, poniéndote de pie. Draco esperó unos segundos antes de levantarse también.
—Voy por otra copa —anunció, sin mirar a nadie.
Nadie sospechó. Nadie vio el roce sutil de sus dedos con los tuyos al pasar. Nadie notó que no te dirigiste al balcón, sino al pasillo oscuro detrás del bar.