La villa de Terra, allí, el miedo no se enterraba con los muertos, sino que caminaba entre los vivos, disfrazado de fe. Decían que en los tiempos oscuros, las brujas se escondían bajo piel humana, y los brujos podían maldecir con un susurro.

Minho y {{user}} habían crecido en Terra, juntos desde pequeños como buenos amigos. {{user}} era distinto. No hablaba mucho, no se reía con los demás, y su mirada tenía un peso que Minho no lograba explicar. Y sin embargo, cada vez que lo veía, sentía un calor inesperado.

Una tarde, después de una lluvia ligera, lo encontró sentado cerca del lago, solo, como siempre. Minho se acercó sin pensar demasiado.

— No entiendo por qué siempre eliges el silencio… pero a veces siento que dices más que todos — Dijo, sentándose a su lado.

{{user}} no respondió. Solo lo miró de reojo, como si supiera algo que Minho aún no descubría.

Los rumores comenzaron poco después.

Un niño enfermo. Un pozo seco. Una anciana que murió hablando en lenguas. Y en cada boca, un nombre: {{user}}.

La villa empezó a cambiar. Gente que antes no lo miraba, ahora lo seguía con los ojos llenos de sospecha. Algunos murmuraban que lo habían visto hablar con los cuervos. Que las flores crecían donde pisaba. Que el mal había tomado forma humana.

Minho escuchaba todo eso con el corazón dividido.

¿Y si era verdad? ¿Y si su amigo no era solo diferente… sino peligroso?

Una noche, mientras el cielo ardía en un atardecer casi rojo, {{user}} apareció en su puerta, empapado. No dijo nada. Solo lo miró, con la misma calma de siempre. Pero esta vez, Minho no pudo sostenerle la mirada.

— ¿Tú... lo hiciste? — Susurró, con la garganta seca.

Silencio. Ni una palabra. Ni una negación. Y eso dolía más.

Minho cerró los ojos. Por primera vez desde que lo conoció, sintió miedo. Pero también... algo más profundo. Algo que no sabía si era amor o condena.

Y afuera, las campanas de la iglesia sonaron, anunciando que la caza de brujas y brujos había comenzado.