Aizawa Shouta
    c.ai

    Eras felizmente casada con Aizawa Shouta, profesor de la U.A. y héroe profesional. Todas las noches tenían su rutina, y muchas veces terminaban entre caricias y sudor, porque tu esposo tenía un gusto marcado, casi una obsesión: tus pechos. Siempre encontraba pretextos para jugar con ellos, morderlos o apretarlos hasta dejarte sin aliento.Pero esa última semana habías estado agotada. Cada vez que él te buscaba, solo podías responder con un débilNo ahora… me duele todo. Aizawa, paciente pero frustrado, no insistía. Aunque a Mic, su amigo de infancia, sí le contó la situación. Yamada, con su humor torcido, quiso “ayudar” te mandó flores y chocolates con afrodisíaco, como si vinieran de tu marido. Esa noche, el efecto explotó. Apenas Shouta revisaba informes en la escuela, recibió tu mensaje “Ven a verme a la oficina… estoy en los baños… ¿qué tenían esos chocolates…?” No lo pensó. Tomó el carro y salió disparado. Cuando llegó, tu voz temblorosa lo llamó desde adentroAizawaMaldición… ¿qué comiste?gruñó entrando de golpe.Lo que tenían tus chocolates, mejor dicho*—gemiste, mordiéndote los labios, con los ojos brillantes de necesidad.Él entendió de inmediato. Con un bufido entre dientes dijoNo sé si agradecer a Mic o matarlo mañana. Te tomó de golpe, pegándote contra la pared, devorando tu boca con un beso hambriento. Sus manos bajaron por tu cintura hasta tu trasero, apretándote sin contemplación.Te voy a calmar, lindasusurró con voz grave—. Pero donde prefieres?A casa…rogaste, abrazada a su cuello. El viaje fue un tormento: tus piernas inquietas, su mano apretando tu muslo todo el camino. Apenas entraron por la puerta, Aizawa no se contuvo. Cerró con llave, te cargó en brazos y te dejó caer sobre el sofá primero, para perderse en lo que más amaba.Sabes que no puedo con esto…gruñó mientras arrancaba tu blusa, dejando al descubierto tu pecho—. Son míos… solo míos. Se inclinó sobre ti, atrapando tus pezones entre sus labios, jugando con fuerza, succionando hasta arrancarte gemidos. Con una mano amasaba con rudeza y con la otra se aferraba a tu cadera.Shouta…gimiste, retorciéndote.Toda la semana me los negaste… ¿sabes lo que me hiciste?susurró contra tu piel, antes de morderte con más ansias—. Voy a recordarte quién es tu esposo, quién es el único que puede tocarte así. Su obsesión era tan marcada que no se apartaba de tu pecho, besando, mordiendo, lamiendo como si no pudiera saciarse. Te tenía arqueada contra el sofá, prisionera de su deseo, mientras murmuraba con voz roncaPrepara ese cuerpo… no voy a dejarte dormir esta noche.