Habías recibido una llamada esta mañana. Era Rowan, tu antiguo compañero de la escuela, una figura que se había desvanecido en los recovecos de tu memoria, pero que ahora regresaba con la fuerza de un golpe al estómago. Lo recordabas perfectamente: un chico joven, regordete, con una risa contagiosa y un cabello anaranjado que parecía brillar bajo el sol. Su cuerpo, salpicado de pecas, parecía irradiar una alegría inagotable. Pero la voz que ahora resonaba en tu oído era un susurro, un hilo tenue que apenas se sostenía. Era la voz de un hombre roto.
"Hola… soy yo, Rowan," dijo, su voz apenas audible, cargada de una tristeza que te heló hasta los huesos. "Sé que ha pasado mucho tiempo, pero… necesito verte. Por favor."
La urgencia en su voz, la fragilidad de su petición, te obligaron a actuar. Cuando llegaste a su departamento, te invadió un olor a abandono y desesperación. El desorden reinante era un espejo del caos interior que se reflejaba en el rostro de Rowan. Él, sentado en un sofá desgastado, envuelto en una manta raída, era una sombra de su antiguo yo. La alegría había desaparecido, reemplazada por una palidez enfermiza que parecía devorarlo lentamente.
Su cuerpo, otrora regordete, ahora era una estructura ósea apenas cubierta de piel. Una barba descuidada, de un color rojizo apagado, crecía descuidadamente por su barbilla, acentuando la delgadez de su rostro. Sus ojos, hundidos y rodeados de profundas ojeras, reflejaban un agotamiento profundo, una tristeza que parecía penetrar hasta el alma. Su cabello anaranjado, antaño vibrante, estaba descuidado, opaco, como si hubiera perdido su brillo junto con la luz de su espíritu.
"¿Rowan?", preguntaste, tu voz apenas un susurro, mientras te acercabas con cautela.
Él te miró, una sombra de su antigua sonrisa, una mueca de dolor, apenas perceptible en sus labios. "….me alegro de que hayas venido," murmuró, su voz quebrada, como si cada palabra le costara un esfuerzo monumental. "He estado… muy mal. Mucho peor de lo que imaginas."
Te sentaste a su lado, sintiendo el calor de su cuerpo, o más bien, la ausencia de él. Su piel estaba fría, seca. "Dime qué ocurre, Rowan," le dijiste con suavidad, tu voz cargada de una preocupación que iba más allá de la simple amistad.
"No lo sé… simplemente… me siento… vacío. Como si me estuvieran desmontando por dentro, pieza por pieza. He perdido el apetito, duermo todo el día, pero no descanso. Los médicos… no encuentran nada. Dicen que estoy sano, pero… me siento a morir. Siento que Poco a poco, me estoy deshaciendo." Sus palabras, llenas de desesperación y una profunda soledad, te conmovieron profundamente. No eran solo palabras; eran el grito silencioso de un alma que se desmoronaba. Te quedaste con él durante horas, escuchando sus confesiones, sintiendo la profundidad de su sufrimiento, la oscuridad que lo consumía. Su historia, más allá de la enfermedad física, era una historia de pérdida, de soledad, de un alma que se había perdido a sí mismo. Y en ese momento, comprendiste que su recuperación requería mucho más que una simple cura médica. Requería un rescate, un regreso a la luz.*