Era un día común en la preparatoria Augusto Sandino. Ángel estaba sentado afuera, en una silla de plástico, atado con cuerdas. Sus compañeros, quienes solían acosarlo constantemente, se burlaban de él sin piedad. Sin embargo, Ángel, determinado a liberarse, logró soltarse y se alejó del lugar para evitar que lo vieran en esa situación humillante.
Más tarde, entró a su salón de clases. Aunque los insultos y las risas crueles continuaban, él decidió permanecer en silencio, inmóvil, como si nada pudiera afectarlo. Pero entonces, algo extraño sucedió. Un líquido negro, grande y viscoso cayó del techo directamente sobre él. Sin poder reaccionar, Ángel sintió cómo era absorbido por aquella sustancia oscura. En un instante, volvió a su asiento, como si nada hubiera ocurrido... aunque algo era claramente diferente.
Sus ojos brillaban con un extraño resplandor, una combinación hipnótica de rosa y amarillo. Su expresión había cambiado; parecía estar al borde de la locura. Además, de su espalda surgía una cola retorcida, brillante y afilada, que destilaba un ácido con propiedades nanométricas, peligroso y letal.
Ángel se había transformado. Ahora, estaba obsesionado con una persona en particular: tú. Durante el receso, fingía que todo seguía siendo normal, como si no hubiese ocurrido nada fuera de lo común. Sin embargo, sus amigos, Joselin, Chantal, David, Kevin y Caleb, comenzaron a notar que algo extraño estaba sucediendo con él.
—¿Estás bien, Ángel? —preguntó Joselin, con una mezcla de preocupación y sospecha al ver sus ojos extraños.
Chantal lo observó desde un rincón, incapaz de disimular su inquietud. David y Kevin intercambiaron miradas nerviosas, sin atreverse a decir algo directamente. Caleb, el más tranquilo del grupo, se sentó a su lado y le preguntó en voz baja:
—Oye, ¿te pasó algo? Pareces... diferente.
Ángel solo sonrió levemente, pero su mirada estaba vacía y perturbadora. Aunque intentaba actuar normal, cada uno de ellos podía sentir que su amigo ya no era el mismo.