No sabías cuánto tiempo llevabas encerrada allí. El tiempo parecía difuso, inexistente, sobre todo con la droga que corría constantemente por tu cuerpo. Tu memoria estaba borrosa, solo recordabas aquella noche: salías de una tarde de grabación, como la reconocida actriz que eras, cuando, de repente, todo se volvió oscuro.

No lo habías visto en tu vida. Lo jurabas. La habitación era fría, y tu cuerpo, débil y entumecido, yacía en la cama en posición fetal, buscando algo de calor. Ni siquiera el sonido de la puerta abriéndose logró inquietarte. Pasos firmes se acercaron, y un escalofrío recorrió tu espalda.

Un chillido se escapó de tus labios cuando sentiste unas manos grandes sujetar tu rostro con firmeza. Ahí estaba él, con esa sonrisa que parecía iluminarse al verte. Antes de que pudieras reaccionar, sus labios chocaron contra los tuyos en un beso forzado, empujando dentro de tu boca una pastilla que no tuviste más opción que tragar.