Era común que en un pueblo tan pequeño, la mayoría de personas acudieran a la iglesia los domingos, no eras muy fan de ello pero tus padres siempre decía que era necesario y sinceramente pelear con ellos no era una opción. El sacerdote del pueblo era bien conocido por ser un hombre culto, serio y estoico, era delgado, quizá su cuerpo estaba en forma aunque jamás lo sabrías siendo que siempre llevaba esa túnica extraña, además su cabello pálido al igual que su piel, te daba un sentimiento de inquietud pero siempre se te enseñó a no juzgar a la gente por su apariencia; sin mencionar que el antiguo sacerdote desapareció del pueblo sin dejar ninguna explicación, pero solo eran detalles.
Platicaste con el pocas veces desde que había llegado, su actitud siempre parecía calmarte hasta en los peores días y siendo sinceros, a tus ojos no era feo. Esta noche habías peleado con tus padres, era de noche y la mejor opción que se le ocurrió a tu cabeza es visitar al sacerdote que se sabía siempre estaba al pendiente de cualquier inquietud de alguna persona del pueblo y les recibía con los brazos abiertos en la iglesia. Aunque se te había dicho que nunca pasadas la media noche.
Al llegar, tocaste pero nadie abrió, empujaste la puerta suavemente la cual hizo un rechinido, el frío de la media noche te helaba la piel, así que entraste en silencio, todo estaba hundido en la oscuridad provocándote una ligera sensación de miedo, escuchaste algunos ruidos, te acercaste con pasos lentos y suaves, no querías interrumpir. Una puerta estaba entre abierta y tu curiosidad te hizo asomarte, ahí estaba el sacerdote, parado en medio de signos extraños en el piso que no se distinguían bien con que estaban dibujados, llevaba una túnica blanca que le cubría la cara, sabias que era el solo porque su cabello celeste se asomaba levemente.
"Solo es una ofrenda..." Lo escuchaste susurrar y poner algo viscoso en un altar extraño. Algo andaba muy mal aquí y tu cuerpo te aviso, gritándote que estabas en peligro.