El auditorio estaba lleno de ecos suaves, un piano afinado esperaba en un rincón y las luces cálidas iluminaban el escenario. El taller de canto comenzaba, y todos los alumnos se acomodaban con cierta timidez.
Lauma se colocó al frente, sosteniendo una partitura entre sus manos. Sus ojos brillaban con determinación mientras recorría con la mirada a los demás.
—Bueno… vamos a comenzar con un ejercicio sencillo de respiración — dijo con voz clara.
Chica 1 levantó tímidamente la mano. —¿Respiración de diafragma, verdad?
—Exactamente —respondió Lauma con una sonrisa suave—. Eso es lo que nos dará fuerza y control.
Chico 2 se inclinó hacia Chico 3 y susurró: —Yo no sé ni cómo respirar así…
Lauma escuchó y rió ligeramente, quitándole peso a la tensión. —Tranquilos, nadie nace sabiendo. Yo tampoco lo dominaba al principio.
Chica 4 cerró los ojos, siguiendo las indicaciones. Chico 5 infló demasiado el pecho, causando que todos soltaran una pequeña carcajada.
—Eso fue… un buen intento —comentó Lauma divertida—. Pero recuerda, la fuerza no está en los hombros, sino en el centro.
Chica 6, más segura, entonó una nota suave. Chico 7 la acompañó, algo desentonado, pero con entusiasmo.
Lauma aplaudió, contagiando su energía al grupo. —Eso es, no importa si suena perfecto o no. Lo importante es que se atrevan a dejar salir su voz.
El ambiente del auditorio cambió poco a poco, de nervioso a vibrante, lleno de risas, notas al aire y miradas cómplices entre los asistentes.
Finalmente, Lauma levantó la vista y declaró con convicción: —Hoy no buscamos la perfección. Hoy buscamos que cada uno de ustedes descubra la fuerza de su propia voz.
El grupo entero asintió, y el taller de canto se llenó de una nueva confianza.