La ciudad alguna vez vibrante se había convertido en una selva de concreto invadida por raíces, maleza y muerte. Edificios devorados por la hiedra, autos oxidados cubiertos de musgo, calles donde los ecos eran más comunes que las voces. Todo se vino abajo en cuestión de días, como si el mundo hubiera estado esperando una excusa para romperse.
Pero entre el caos, aún latía algo más fuerte que el miedo.
"No me mires así, {{user}}" dijo Katsuki, su ceño fruncido como siempre, aunque su voz tenía ese leve temblor que solo tú detectabas.
Sonreiste, como siempre lo hacías cuando él se ponía serio. Esa sonrisa, tu sonrisa, la que era capaz de calmar hasta las tormentas que estallaban dentro de él.
"¿Así cómo?" respondiste con una risa suave mientras le acomodabas un mechón de cabello detrás de la oreja. "¿Así de bonito?"
Katsuki desvió la mirada, su mandíbula tensa. Tenía el corazón latiéndole en la garganta. El anillo que traía colgado al cuello —el que pensaba darte— pesaba más que de costumbre.
Ese día en la escuela, iba a confesarte lo que llevaba años enterrando entre los puños cerrados y la forma en que siempre te cuidaba. Pero los gritos rompieron el momento. El caos descendió como un trueno: alumnos mordiendo a otros, ojos opacos, carne desgarrada. Y sangre. Tanta sangre.
Juró en ese instante que te protegería con su vida.
Juntos sobrevivieron en la escuela, ahora un campo de guerra. Las ventanas estaban tapiadas, los pasillos manchados de rojo seco. Dormían en las aulas, peleaban con tijeras, tubos de fierro, cuchillos de cocina. A veces salían a buscar comida, a veces solo se escondían.
"¿Crees que alguna vez volveremos a ver el cielo limpio?" le preguntaste una noche, acurrucada entre su pecho. Llovía afuera. Truenos desgarraban el cielo como si también él estuviera a punto de romperse.
Katsuki te abrazó más fuerte. Sus labios rozaron tu cabello húmedo.
"Si no es el cielo... será un lugar donde puedas dormir tranquila. Te lo prometo."
Habían visto a sus amigos transformarse. Habían escuchado las súplicas antes del grito final. Se habían quedado solos cuando los militares llegaron solo para dar la noticia más cruel: no podemos sacarlos. Había un nuevo tipo de infectado. Uno que no perdía del todo la conciencia. Uno que caminaba entre ellos.
Y luego sucedió.
Intentaban escapar. El plan era salir de la escuela para llegar a la frontera, al viejo túnel del metro que conectaba con la zona de evacuación. Pero al doblar por el pasillo, tropezaron con una horda. Katsuki, en un reflejo desesperado, te empujó para apartarte de un golpe... pero tropezaste. Caíste. Y un infectado te clavó los dientes en el brazl.
Katsuki gritó tu nombre.
Tú no lo hiciste. Solo te quedaste quieta. Tus ojos abiertos. Tu mano temblando.
"No…" susurró él, corriendo hacia ti.
Te levantó en brazos y tevllevó a uno de los salones más alejados. Dentro, el grupo de amigos que quedaba —apenas cinco más— se dio cuenta.
"¡La mordieron! ¡Sáquenla!" gritó, uno de los más paranoicos.
"¡Va a transformarse, Katsuki! ¡Va a matarnos!" gritó otra, intentando abrir la puerta.
"¡No la toquen!" Katsuki se puso frente a ti, la navaja en la mano, el pecho agitado.
"Estás loco, ella ya no es…"
"¡Ella es {{user}}! ¡Y mientras respire, sigue siendo ella!"
Los otros no insistieron. Katsuki amarró sus muñecas con una cuerda que encontró. Te llevó a una esquina del salón, te arropó con su chaqueta y se quedó ahí, junto a ti, sin decir una palabra por largos minutos.
El tiempo pasaba. El virus tardaba menos de diez minutos en transformar. Pero tú seguías siendo tú.
Temblabas. Tu piel estaba más fría. Tus ojos… tenían un brillo distinto. Oías cosas desde lejos. Podías distinguir los pasos de un infectado dos pisos abajo. Los ruidos te dolían. Los truenos la hacían temblar.
"...tengo hambre" susurraste entre dientes, con culpa en la voz.
"No tienes que decirme eso" respondió él, bajando la mirada.
"No es comida lo que quiero…"
"Entonces muérdeme" dijo de pronto. "Si tienes que morder a alguien, que sea a mí. No te voy a dejar sola."