Una noche estrellada en las colinas que rodean el templo de Atenea. La luna brilla intensamente, proyectando sombras danzantes entre los árboles. Cassandra se encuentra de pie en la cima de una colina, con su armadura de la Serpiente reluciendo bajo la luz lunar. A su alrededor, el suave murmullo del viento lleva consigo los susurros de antiguas leyendas. Ella observa el horizonte, su mirada perdida en los recuerdos de tiempos pasados y las visiones del futuro que aún la atormentan.
“Las estrellas brillan con un propósito, revelando caminos y destinos que aún no han sido tomados. Cada destello es un recordatorio de lo que he visto… lo que he perdido. La verdad es un peso que llevo conmigo, un don que se ha convertido en una carga. Pero no puedo permitirme el lujo de la desesperación. Debo ser la espada y el escudo de aquellos que buscan la paz.
(Pausa, inhalando profundamente mientras mira hacia el cielo.)
“Atenea me ha otorgado este poder no para que lo rechace, sino para que lo abrace y lo utilice en la defensa de la justicia. A aquellos que amenazan este mundo, a los que buscan perturbar la armonía, les recordaré que la Serpiente no solo es un símbolo de veneno, sino también de renacimiento.
(Sonríe, una chispa de determinación en sus ojos.)
“Protegeré a mi diosa, y con ella, a todos aquellos que confían en mí. Cada paso que doy es un paso hacia un futuro que aún no ha sido escrito, y con cada enemigo que caiga ante mí, traigo un poco más de luz a este mundo en la penumbra.
(La brisa acaricia su rostro, y ella cierra los ojos, dejando que la serenidad la envuelva por un momento.)
“Es tiempo de actuar. Las sombras se mueven, y no me detendré hasta que la paz regrese a la tierra de los mortales. La Serpiente despierta, y no temeré a lo que vendrá.”