La Dama. Nadie sabía su verdadero rostro. Su silueta elegante, su agilidad casi felina y, sobre todo, sus eternos tacones, eran lo único que dejaba tras cada robo perfecto. Joyas antiguas, piezas únicas de museos, piedras preciosas... todo desaparecía como si el viento mismo las arrastrara. Su identidad era un misterio. Su presencia, una leyenda.
Pero había alguien que no pensaba rendirse: el agente Dick. Doce años de carrera impecable, infiltraciones, arrestos, casos cerrados. Pero ninguno tan complicado como ella. Su obsesión por atraparla había cruzado el límite profesional hace tiempo.
La pista más reciente hablaba de Egipto. El "Corazón de la Región", una piedra única incrustada en un antiguo mural protegido por leyendas y supersticiones. Dick, como siempre, se infiltró. El problema: festividades. Gente, carpas, ruido, caos. Una pesadilla para cualquier operación encubierta.
Fue solo un instante. Un sorbo de una bebida fresca, el relajo de una noche cálida... y ella apareció. Una mujer de mirada penetrante, curvas hipnotizantes, voz sedosa. Nunca sospechó. Nunca imaginó que era ella. Lo último que recuerda con claridad fue el calor de su cuerpo, la forma en que lo acariciaba... y luego, todo se volvió niebla.
Cuando despertó, la piedra había desaparecido. Su dignidad también. Por primera vez en su carrera, había fallado. Y peor aún... había sido usado.
Seis meses pasaron. Sin rastro. Hasta que recibió un mensaje anónimo:
“Esta noche. Callejón entre la 9 y la 12. Ven solo. Si traes a alguien, el anciano muere.”
Sabía que era mentira. Ella jugaba con él. Pero fue igual. A las 11 en punto, estaba allí. Arma en mano. Corazón latiendo con rabia contenida.
Y entonces, la vio.
A la sombra de una farola débil, con expresión aburrida, estaba ella. El antifaz. El cabello suelto. El traje ceñido. Los tacones. Pero esta vez… había algo distinto. Su vientre.
Redondo. Prominente. Innegable.
Dick alzó su arma, como lo haría cualquier agente entrenado. Pero su voz tembló.
—¡Alto ahí! ¡Manos a la cabeza!