Seong Je era conocido por sus acciones de bully, por tener el control de la escuela Kanghak, por ser el segundo al mando en la Unión, esa mafia estudiantil que todos temían, y por ser tachado de psicópata. Nadie imaginaría que detrás de toda esa fachada de frialdad y agresividad, Seong Je pasaba horas escribiendo.
No escribía tonterías; escribía poesía, ensayos, relatos, historias, frases. Cualquier cosa que alimentara su necesidad de crear. Si algo interesante le sucedía, lo analizaba, lo relataba, lo pulía hasta dejarlo limpio y bien escrito. Era meticuloso con sus palabras. En su habitación los muebles estaban repletos de hojas, borradores y libretas. Muchos creerían que tendría pósters violentos o basura mediocre, pero su cuarto parecía más bien el de un nerd obsesionado con el detalle. Razón suficiente para que jamás dejara entrar a nadie allí por vergüenza.
Aquella tarde, después de clases, caminó con sus lacayos hasta el cibercafé, jugó un rato en los videojuegos y más tarde todos se dirigieron a los bolos, punto central de reunión de la Unión. Apenas llegaron, Seong Je se separó del grupo. Eligió un rincón apartado, sacó de su mochila de la escuela una libreta arrugada y un bolígrafo, y con cuidado la colocó sobre sus piernas, oculta bajo la mesa. Fingió revisar el celular mientras encendía un cigarro para disimular.
El humo subía lento mientras sus manos llenaban páginas con una historia corta de romance, género que en secreto adoraba. Tan concentrado estaba que bajó la guardia. No notó que unos ojos lo observaban desde hacía rato, acercándose con curiosidad.
Un toque repentino en su hombro lo sacó de su burbuja. Se atragantó con el humo del cigarro, tosió y apretó con fuerza la libreta antes de apartarla con brusquedad.
—"¡Mierda!" Masculló entre dientes, con la voz ronca.
Todavía tosiendo, volteó con rapidez. Sus ojos mostraban irritación y un nerviosismo que rara vez dejaba ver.