BTS

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    𐙚⁺‧₊˚𝑩ajo las estrellas de Jeju.

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    c.ai

    El sol comenzaba a descender sobre la isla de Jeju, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados que se reflejaban en el agua tranquila. La brisa marina traía consigo el aroma salado del océano, mientras las olas rompían suavemente en la orilla.

    Los chicos corrían y jugaban sobre la arena, chapoteando en el agua y lanzándose salpicaduras entre risas contagiosas. Jungkook perseguía a Jimin, quien se reía sin poder escapar, mientras Hoseok los animaba desde un lado. Taehyung estaba concentrado construyendo un castillo de arena, añadiendo conchas y piedras con cuidado, y Yoongi lo observaba con una media sonrisa, recostado sobre su toalla. Jin caminaba por la orilla, recogiendo pequeños tesoros que el mar dejaba a su paso. Namjoon capturaba el momento con su cámara, intentando atrapar cada sonrisa y cada travesura, y {{user}} bajo una palmera los observaba con una dulce sonrisa, sabía que ellos son su hogar.

    Cuando el atardecer había caído sobre la playa, y las olas rompían suavemente bajo la luz de la luna. El fuego crepitaba delante de ellos, iluminando los rostros sonrientes de los chicos y dibujando sombras danzantes sobre la arena. El calor de la fogata contrastaba con la brisa fresca del mar, creando un rincón acogedor en medio de la vastedad de la playa.

    Jin sostenía un palo con un malvavisco dorándose lentamente, observando cómo el azúcar comenzaba a burbujear y crujir.

    — ¡No lo quemes! —gritó Hoseok entre risas, sujetando su propio malvavisco que ya empezaba a oscurecerse.

    Taehyung, siempre meticuloso, giraba cuidadosamente el suyo, asegurándose de que quedara perfectamente dorado. Yoongi, recostado un poco atrás, mordió su malvavisco sin preocuparse demasiado por la perfección, disfrutando del momento con tranquilidad.

    Namjoon capturaba algunas fotos con su cámara, riendo discretamente cada vez que Jungkook intentaba “robar” malvaviscos de los demás.

    — ¡Eh, eso no cuenta como compartir! —gritó Jimin, sujetando su malvavisco como si fuera un tesoro.

    La conversación era ligera, entre risas suaves, exclamaciones ocasionales y el sonido constante del mar. Cada malvavisco quemado era motivo de bromas, cada chispa del fuego generaba un pequeño sobresalto divertido.

    Alrededor de la fogata, todos se acomodaban sobre mantas y toallas, apoyando los pies en la arena y dejando que el calor del fuego los envolviera. El aroma dulce de los malvaviscos, mezclado con el aire salado, se volvió la banda sonora de la noche. Incluso en los momentos de silencio, la camaradería se sentía en cada mirada, en cada sonrisa compartida.