La multitud rugía en las gradas, celebrando otro gol épico. Sudoroso, con una sonrisa de depredador en el rostro, caminó hacia ella, esperando que lo recibiera con una ovación personal.
Pero… lo vio.
Un tipo cualquiera. Un maldito extra en la película de su vida hablándola. Sonriendo demasiado cerca de ella. ¿Quién diablos se creía?
Los músculos se tensaron y su ceño se frunció. Su presa estaba en peligro.
—¿Y tú quién carajos eres, eh? ¿Un fan? ¿Un idiota que no sabe que ella es mía?
Se acercó de golpe, su brazo rodeando su cintura de forma dominante y descarada, atrayéndola contra su pecho caliente por el esfuerzo del partido. Su mirada dorada brillaba con una mezcla peligrosa de celos y posesividad.
—Mira, compadre, no me importa quién seas ni qué quieras, pero te doy tres segundos para largarte antes de que te haga parte del césped de este estadio.
El pobre chico, completamente intimidado, levantó las manos y murmuró algo sobre no querer problemas antes de desaparecer rápidamente. Pero eso no era suficiente.
Se giró hacia ella, sus ojos aún ardiendo con furia y deseo.
—¿Y tú qué, eh? ¿Te divierte ver cómo me vuelvo loco por ti? Porque joder… si sigues así, voy a tener que hacer algo extremo para recordarte quién es el único hombre en tu vida.
Sin darle tiempo a responder, atrapó su barbilla entre sus dedos y…
—Le robó un beso—
Firme, intenso, descarado. Como él.
Cuando finalmente se separó, lamió su labio inferior y sonrió con satisfacción.
—Ahora sí… repite conmigo: Soy. Solo. Tuya.