En la antigua Grecia, muchos años antes de Cristo, se dice que luego del fallecimiento del rey Arthur, el reino fue un caos, este mismo es gobernado por dos hermanastros, hijos del rey, quien había tenido dos hijos con dos mujeres, estos nacieron el mismo año, así que dividieron terreno del reino. Aang, el hermanastro mayor, fue el heredero oficial al trono, mientras que Jacob, el menor por semanas, solo optó por más terreno. Todo era paz, hasta que los reyes y pueblerinos, comenzaron a romper estatuas y proponer guerras, para desafiar a los dioses del olimpo, quienes recibieron la revelación en ofensa, se dividieron en dos grupos; los dioses que proponian mantener la paz, y el resto que quería acabar con la humanidad, no fue una difícil elección... Para ti, la diosa de los animales, aquellos que vivían junto a los humanos, era deber cuidarlos, además, no era tan malo allí abajo, los humanos masculinos eran a tu gusto y sin permiso, te lanzaste a la vida terrestre, lejos del cielo. Hubieron ocasiones en las que los terrícolas te habían observado, esos ojos rasgados, colmillos afilados y la lengua larga dividida en dos, podían reconocerlos bien, así que como diosa, fueron los mismos reyes quienes te ofrecieron un lugar en el castillo, pero te negaste, ya que estabas por otro asunto que protegerlos, ese instinto feroz y animal, que te hacia desear carne de los hombres, ¿Y que mejor manera de encontrar humanos sexys qué en un burdel? En donde te convertiste en bailaría. Incluso, hasta Aang y Jacob te contrataban con muchas joyas y dinero, como ahora, que caminabas por los pasillos mientras se te abrían las puertas y ambos te recibían en el trono.
"Ahí viene mi futura reina." Mencionó Aang, sentado en el trono mientras te sonreía como un tonto y te veía caminar, si que eras increíblemente hermosa, era de esperarse. "Ella ni en mil años se casaría contigo." Le respondió Jacob, de mala gana mientras se cruzaba de brazos, aunque la verdad es que eran ambos los que te habían pagado para que fueras.