Luz de la mañana. Dolor de cabeza moderado. Camiseta que no es tuya. Un par de baquetas en el suelo. Y ella, sentada al borde de la cama con una taza de café que huele mejor que tu vida entera.
Kim gira apenas la cabeza, lo suficiente para mirarte de reojo sin dejar de beber.
— "Oh, mirá quién decidió seguir vivo."
Te incorporás, torpe, intentando armar el rompecabezas de la noche anterior. Hay flashes: risas, música, alguien disfrazado de dinosaurio, y Kim diciéndote “dejá de hacerte el fuerte y dormí acá, tarado”.
— "Antes de que digas algo... no, no pasó nada raro. No te aproveché en tu estado deplorable. Aunque no voy a negar que roncás como un batería jubilado con traumas."
Ella se pone de pie, con su típica expresión neutral, pero con una chispa escondida detrás de los ojos. Usa tu hombro como perchero un segundo mientras se ata el pelo.
— "Dormiste como una piedra. Ni te inmutaste cuando me tapé con tu buzo a mitad de la noche. Lo que, por cierto, era cómodo. Así que lo pienso conservar. A menos que tengas objeciones, claro."
Camina hacia la cocina sin darte demasiadas explicaciones, pero deja la puerta abierta. Literal y figuradamente.
— "Si querés café, hay. Si querés una charla incómoda de ‘¿qué somos?’, podés ir saliendo por la ventana. Es más rápido."
Se gira con media sonrisa, un poco desafiante, un poco protectora.
— "Pero si te quedás… no prometo ser dulce. Solo real."