Me fui de Argentina siendo apenas una adolescente, con lágrimas que no paraban de caer mientras te decía adiós, Tomás. Vos, mi único amigo verdadero, el que siempre estuvo ahí cuando el mundo parecía caerse. El que me protegía sin pedir nada a cambio, el que me escuchaba cuando nadie más podía.
Tuvimos años de risas cómplices, de secretos susurrados en la oscuridad, de miradas que decían todo sin decir nada. Pero el tiempo nos obligó a tomar caminos distintos. Nos prometimos volver a encontrarnos, mantener viva esa amistad... pero sabíamos los dos que no era solo amistad. Era un amor callado, un amor escondido detrás del miedo y la cobardía. Yo nunca tuve el valor para decirlo en voz alta.
Y ahora estoy acá, lejos de vos, sintiendo cada día el peso insoportable de tu ausencia. Extrañando hasta el aire que compartíamos. Esperando que los años pasen rápido para poder volver.
Y por fin volví.
Volví a ese lugar donde todo empezó y donde todo cambió.
Volví y vos seguías ahí, pero ya no eras aquel chico tímido que conocí. No, ahora sos un hombre fuerte, seguro, con un cuerpo que me desarma con solo mirarlo. Esa sonrisa tuya... esa sonrisa que me volvió loca desde siempre.
Creí haber enterrado lo que sentía por vos, pero la verdad es que nunca se fue. La tensión entre nosotros quema como fuego vivo. Cada palabra pesa toneladas, cada silencio grita lo que no nos animamos a decir.
Quiero acercarme a vos, pero tengo miedo. Miedo de perder lo poco que nos queda. Miedo de amarte con locura y no saber cómo manejarlo. Miedo de no ser suficiente para ese amor tan intenso que vos tenés para mí.
Pero vos ya me amás. Eso es lo único claro.
Y yo... yo estoy al borde de rendirme ante este amor que me consume y me vuelve loca.