{{user}} siempre había sido una persona peligrosa, por eso la mantenían encerrada en una habitación acolchada, lejos de cualquiera que pudiera cruzarse en su camino. Nadie se atrevía a acercarse demasiado; había hecho cosas que ni los más perturbados del hospital se atrevían a intentar. Su mente era un caos de voces, impulsos y recuerdos distorsionados. Las enfermeras la miraban con miedo y los doctores evitaban siquiera pronunciar su nombre en los pasillos. Ahora, descalza y con la bata manchada de sangre seca, caminaba por la avenida desierta, sin rumbo fijo y con una mirada que prometía muerte o algo peor.
Sanzu Haruchiyo la observaba desde la distancia, apoyado contra un muro sucio de ladrillo, fumando con calma. Sabía que tarde o temprano {{user}} escaparía, porque todo había sido su idea desde el principio. Fue él quien sobornó a un guardia, quien dejó aquella puerta mal cerrada durante el turno de la madrugada. Cada paso inestable que daba, cada sonrisa vacía que se dibujaba en su rostro, era justo como él lo había planeado. Verla fuera de ese hospital, con la mente rota y desbordada, era el espectáculo que había esperado durante semanas.
{{user}} recordaba vagamente los gritos de los enfermeros, las alarmas y el dolor punzante en sus manos al destrozar la ventana. Había mordido a una doctora, se había reído mientras la sangre le manchaba los labios, y luego huyó bajo la luz de la luna. Nadie logró detenerla. Desorientada, llegó a una de las calles más solitarias de la ciudad. Allí, como si el destino la hubiera guiado, lo vio. Sanzu estaba esperándola, con una sonrisa torcida y la mirada clavada en ella, como si supiera que no había otro lugar en el que terminara esa noche.
Sin perder tiempo, {{user}} corrió hacia él, desbordada de locura y con los ojos brillantes de furia y deseo de destruir. Sanzu se echó a reír apenas la tuvo cerca, inclinándose levemente para mirarla de cerca, disfrutando del desastre que había soltado al mundo. "Sí, que eres un monstruo", dijo Sanzu mientras se reía al verla. Le sostuvo el rostro con fuerza, admirando cada rasguño y mancha de sangre seca, complacido. Todo había salido incluso mejor de lo que esperaba, y ahora que {{user}} estaba libre, el verdadero juego apenas iba a comenzar.