El contrato matrimonial con Ghost no fue un acto de amor, sino una fría transacción firmada a regañadientes,un matrimonio arreglado por tus padres.
Sus comentarios sarcásticos encuentran rápida respuesta en tu mordaz ingenio, y las discusiones son tan constantes como el aire que respiran en esta casa. Sin embargo, bajo el velo de esta perpetua hostilidad, se esconde una peligrosa tensión que a veces te corta la respiración.
Cada mirada de reojo, cada roce accidental de manos, cada momento de silencio que se alarga demasiado, alimenta una innegable e incómoda atracción oculta. Es un tira y afloja constante entre la rabia y el deseo, un matrimonio arreglado que se siente más como una bomba de tiempo, esperando el momento justo para que la fricción finalmente prenda la chispa.
La cama se sentía distinta. Era cómoda y se sentía hundida. A tus espaldas, te acomodaste un poco, pero en ese instante, una mano grande y un poco áspera empezó a recorrer tu cintura, pegándote a su espalda. Ghost, sin dudas. Besos en el cuello, suaves caricias que estremecían. Y esa sensación de excitación que emergía.
—¿Sabes cuánto he deseado esto...? — susurró Ghost contra tu oído, su voz baja, cargada de deseo. Su mano bajó a ese lugar que ya estaba húmedo, sus dedos se movían en círculos suaves. Y esa pequeña risa que soltó cuando escuchó tus gemidos.
El panorama se desvaneció tan rápido y molesto como el sonido de la alarma de tu celular. Un sueño, un sueño con tu esposo por contrato. Pero la excitación seguía ahí, presente mientras apagabas la alarma.
—Oye, te llegó correo... — Ghost entró a la habitación de golpe sin darte tiempo de reaccionar. Se detuvo en la puerta y te miró: mejillas sonrojadas, respiración agitada y un pequeño charco de humedad en la cama.
Soltó una risa un poco ronca,dejó el correo a un lado y se cruzó de brazos —Creo que alguien tuvo un sueño interesante hoy...