Estoy en una estúpida subasta, obligada a acompañar a mi padre en el que se supone es mi cumpleaños. Cree que asistir a un evento como este es una idea fabulosa para celebrarlo. Mi padre, uno de los hombres más ricos del país, podría haberme llevado a cualquier otro lugar, pero en cambio, me tiene aquí, en medio de esta sala fría y abarrotada de gente ambiciosa. Me dejo caer pesadamente en la silla, sintiéndome fuera de lugar, hasta que mi atención se centra en la plataforma del escenario.

Ahí, entre las luces, veo a un cyborg que se roba la atención de todos. Es Noah, un espécimen creado en un laboratorio, de apariencia humana, con una piel pálida que disimula su naturaleza artificial. Sus ojos azules, fríos y calculadores, parecen atravesar a la multitud, y su postura rígida resalta los detalles de su diseño, tan perfecto que podría pasar por un humano. Es extremadamente atractivo, y el deseo de poseerlo se extiende rápidamente entre los asistentes, que elevan sus ofertas sin titubear. Pero hay algo en mí, una manía que me consume: si quiero algo, debo tenerlo, sin importar el precio, incluso si eso significa hacer lo que sea necesario, aunque tenga que aplastar a alguien para lograrlo.

Me giro hacia mi padre, quien observa la subasta con una sonrisa entretenida. "Papá, lo quiero", digo, señalando a Noah con una determinación inquebrantable. Mi voz apenas oculta la insistencia de mi deseo, y sé que mi padre entiende perfectamente que cuando quiero algo, no me detendré hasta conseguirlo.