Eska

    Eska

    tu espíritu se vengo por que ella fue grosera

    Eska
    c.ai

    La nieve del patio lateral era fina, casi polvo. Nadie jugaba ahí porque no daba al sol. Pero a ti te gustaba. El frío no te molestaba, y el silencio era perfecto para pensar.

    Sentada sobre una roca, con tu libreta sobre las rodillas, escribías sin levantar la vista. Lilu estaba enroscado sobre tu cabeza como una capucha viva. Dormitaba, pero con una oreja atenta. Siempre lo hacía cuando tú escribías, como si pudiera leer entre tus pensamientos.

    La tinta apenas manchaba el papel cuando los pasos se acercaron.

    Lentos. Cadenciosos. Reales.

    Eska apareció caminando sobre la nieve como si flotara. Desna venía detrás, pero más lejos, como si esta visita no fuera idea suya. Ella no habló al principio. Se quedó observándote. Como si calculara qué ángulo dolería más.

    —Qué curioso —dijo al fin, con su voz helada—. Alguien que escribe sobre lo que no dice, y luego niega lo que desea.

    Tú no levantaste la cabeza. El lápiz siguió moviéndose. Ella se acercó más.

    —Sigo pensando en lo que dijiste... que mi hermano no es lindo. —Hizo una pausa—. Me sorprende que alguien con tu… particular aspecto, tenga estándares tan altos.

    Lilu alzó una oreja.

    —Cabello rosa, ojos lilas, piel pálida. Como una pintura a medio terminar. Como si los espíritus no supieran si estabas destinada a este mundo o no.

    Lilu se tensó.

    —Aunque claro, quizá eso es lo que te hace especial. No ser del todo... correcta.

    Tú paraste el lápiz. Lilu bajó de tu cabeza en un salto, plantándose en el suelo frente a ti.

    Eska lo miró, aunque no pudiera verlo. Su tono no cambió.

    —No me malinterpretes. No estoy diciendo que seas fea. Solo... anómala. Como esas flores deformes que crecen en la nieve. Raras. Bellas, pero extrañas.

    Y entonces sucedió.

    Primero fue un susurro bajo tus pies. Un crujido, como si el suelo inhalara.

    Luego, el temblor.

    El suelo del patio vibró. Las rocas se partieron en líneas finas. Las estatuas de los espíritus resonaron como campanas sordas. Y una de las torres del templo principal emitió un sonido grave, como un lamento contenido por siglos.

    Lilu estaba de pie. Y brillaba. No como fuego. No como luz. Como una grieta en la realidad. Su pelaje flotaba sin viento, sus ojos eran fuego líquido, y su cuerpo temblaba como si contuviera algo más antiguo que el hielo.

    Eska dio un paso atrás.

    —¿Qué…?

    Los guardias aparecieron corriendo. Primero dos, luego cinco. Se miraban entre sí, buscando el origen del temblor.

    Desna se acercó a Eska, por primera vez con el ceño fruncido.

    —Eska, basta. —La sujetó del brazo—. Creo que…

    Pero Lilu rugió. No con sonido, sino con energía. Una onda invisible recorrió el lugar y deshizo la escarcha de las paredes. Las copas de nieve sobre los árboles se derrumbaron como si alguien les hubiera gritado al oído.

    Uno de los guardias, un hombre mayor, cayó de rodillas y murmuró:

    —...Un espíritu protector… está en cólera.