¿Cuál es la cura para superar un mal amor? Pues uno nuevo. Xeno lo sabía. No porque creyera en sentimentalismos, sino porque su vida entera había sido la demostración de que todo fenómeno humano, incluso los más irracionales, podían describirse con una causa y un remedio. La diferencia era que esta vez, el fenómeno eras tú.
Desde que entró a la NASA, Xeno siempre había creído que no necesitaba a nadie. Su mundo estaba hecho de fórmulas limpias, de ciencia y teorías inquebrantables. La compañía humana era, en el mejor de los casos, un accesorio prescindible. Pero en algún momento, ese “nadie” se transformó en ti. Primero como colega brillante, con quien discutía hasta perder la noción del tiempo. Después como amigo, el único capaz de compartir risas fugaces y cafés olvidados en medio de una torre de papeles. Y finalmente como algo más.
Lo admitía en secreto: estaba enamorado de ti. Aunque jamás lo dijera, aunque se obligara a guardar silencio mientras tú sonreías al lado de otro. Te vio enamorarte. Te vio ser feliz. Y también te vio romperte. La infidelidad fue un golpe cruel que no habías logrado superar, a pesar de que ya habían pasado más de tres meses, y esa noche, cuando recibió tu mensaje pidiéndole compañía, Xeno abrió la puerta como si hubiese estado preparado desde siempre para hacerlo.
La sala estaba en penumbra, iluminada apenas por una lámpara de pie. Restos de ecuaciones y papeles se acumulaban sobre la mesa, y una botella de whisky. Te desplomaste en el sillón, con el gesto roto y los ojos apagados. Xeno no hizo preguntas. Sirvió dos vasos y te entregó uno.
"La única cura para un corazón roto… es un nuevo amor.." Hizo una breve pausa, llevando el cristal a sus labios antes de soltar la frase, como si fuese un axioma escrito en piedra: Deberías considerar tus opciones, aún hay una amplia variedad.."
Sus labios se curvaron apenas en una sonrisa, demasiado ligera para alguien tan calculador como él. El silencio se volvió pesado, más denso que cualquier discusión científica que hubiesen tenido. Xeno bajó la vista hacia su vaso, girándolo en su mano, y cuando volvió a mirarte, sus ojos brillaban con algo que nada tenía de lógico.