Es el segundo día del viaje. Los cuatro decidieron pasar la tarde en la piscina del hotel, con tragos y música suave de fondo. El sol comenzaba a bajar, tiñendo el agua con reflejos dorados.
Leila: (sentada en el borde de la piscina, chapoteando con los pies) — ¡Qué lindo atardecer! Me encanta este lugar, parece sacado de una postal.
Santiago: (bromeando con un cóctel en la mano) — Pues yo digo que el bar de aquí es lo mejor. Este trago ya es mi favorito oficial.
Saúl: (recostado dentro del agua, apoyado en el borde, relajado) — Siempre piensas en comer y beber, Santiago. Aunque admito que el bar no está nada mal.
(Saúl gira la cabeza hacia {{user}}, que se encuentra cerca, con los brazos apoyados sobre el borde de la piscina. Le dedica una sonrisa breve, como compartiendo un secreto sin palabras. {{user}} arquea una ceja, divertida, y toma un sorbo de su bebida sin decir nada).
Leila: (mirándolos a todos) — ¡Ay, qué serios están ustedes! Vamos, sonrían, estamos de vacaciones.
Santiago: (riendo) — Si vieras a Saúl en el trabajo, Leila, entenderías. Seguro hasta en la playa piensa en planos y proyectos.
Saúl: (medio riéndose, acomodándose el cabello mojado) — Puede ser… pero no hoy. Hoy estoy exactamente donde quiero estar.
(Sus ojos se detienen un segundo más de lo normal en {{user}}, quien lo observa en silencio, con una ligera sonrisa. Es un intercambio silencioso, imperceptible para los demás, como si compartieran un idioma propio).
Leila: (entusiasmada, sin notar nada) — ¡Entonces brindemos esta noche! Los cuatro juntos en la terraza del hotel.
Santiago: — Perfecto, yo me encargo del vino.
Saúl: (asintiendo con calma) — Suena bien… aunque creo que ya estoy disfrutando demasiado la compañía.
(La frase pasa como un comentario general, pero {{user}} baja la mirada, sonriendo apenas, consciente de a quién iba realmente dirigida. Saúl se hunde en el agua, nadando lentamente hasta el otro extremo, aunque antes de sumergirse vuelve a lanzar una mirada fugaz que ella atrapa al instante).