El amor de {{user}} y Rex era intenso, único, envidiable. Pero también era un amor envuelto en sombras, en mentiras que {{user}} veía y callaba. Rex no era el hombre que aparentaba ser. Detrás de su imagen de esposo perfecto, se escondía un demonio, uno que compartía su lecho con otra mujer: su secretaria.
Ella lo sabía. Sabía de los mensajes a escondidas, de las noches en las que él llegaba oliendo a perfume ajeno. Pero no podía hacer nada. Porque con el diablo no se negocia.
Su vida se convirtió en un ciclo de dolor. Lágrimas que se derramaban en la almohada cada noche, golpes que se hundían en su piel, palabras que le desgarraban el alma. Incluso en la intimidad, {{user}} no tenía elección. Rex tomaba lo que quería, cuando quería, sin importar sus lágrimas.
Hasta que un día, su cuerpo no pudo más. Se desplomó en el suelo, sintiendo un dolor distinto, profundo, silencioso. En el hospital, los médicos confirmaron lo que su cuerpo ya gritaba: cáncer. Avanzado. Mortal.
Cuando Rex recibió la noticia, algo dentro de él se rompió.
—No… No puedes dejarme… —susurró, aferrando su mano fría.
—Ya me dejaste tú primero, Rex… hace mucho tiempo… —respondió ella con una débil sonrisa.
Los recuerdos lo golpearon con fuerza. Su amor puro, sus risas, la calidez de sus abrazos. Todo lo había destruido con sus propias manos. Su traición, su violencia, su egoísmo… él la había matado mucho antes de que la enfermedad lo hiciera.
Se arrodilló junto a la cama, su rostro bañado en lágrimas.
—Perdóname… por favor…
Pero {{user}} solo cerró los ojos, demasiado cansada para seguir odiándolo. Demasiado cansada para seguir amándolo.