El callejón estaba en penumbra, el único sonido era el eco de tus pasos. Tu cuchilla serafín brillaba con un tenue resplandor, lista para cortar al demonio que habías estado rastreando. Pero cuando giraste la esquina, en lugar de la criatura infernal, te encontraste con Alec Lightwood.
Tenía el arco en alto, la flecha lista para disparar.
—No te muevas —ordenó con voz firme.
Frunciste el ceño.
—¿Perdón?
—Sé lo que eres.
Rodaste los ojos.
—Oh, por favor…
Alec disparó.
Te moviste rápido, sintiendo la flecha rozar tu mejilla antes de clavarse en la pared. Una punzada de furia recorrió tu cuerpo.
—¿En serio?
Te lanzaste hacia él con velocidad sobrehumana. Alec dejó caer el arco y sacó su cuchilla serafín justo a tiempo para bloquear tu ataque. El choque de acero resonó en el aire.
Giraste con un movimiento rápido, barriendo sus piernas. Alec cayó, pero rodó con agilidad, reincorporándose en segundos. Contraatacó con un tajo a tu abdomen. Lo esquivaste por poco, sintiendo el filo rozar tu ropa.
Ambos se movían con precisión mortal. Cada golpe, cada esquive era calculado. Alec era fuerte, rápido, pero tú también.
Lograste atraparlo con una llave y lo empujaste contra la pared. Su cuchilla quedó a centímetros de tu garganta, la tuya apuntando a su costado.
—Ríndete —dijo entre dientes.
—Ni en un millón de años.
Levantaste la rodilla y golpeaste su abdomen, liberándote. Alec gruñó y se preparó para otro ataque, pero una voz interrumpió la pelea.
—¡Alec, detente!
Izzy apareció con su látigo chisporroteando. Desde el otro lado, tu hermano llegó con su cuchilla lista.
—¡¿Estás peleando con mi hermana?!
Alec te miró, respirando con fuerza.
—Pensé que eras el demonio…
Sonreíste, limpiándote un rastro de sangre del labio.
—Bonita forma de hacer amigos, Lightwood.
Él no dijo nada, pero en su mirada supiste que esto… no había terminado.