Era una madrugada tranquila en la residencia presidencial, y el silencio se extendía por los pasillos cuando la puerta de tu habitación se abrió con cuidado. Ghost y König, dos de los guardaespaldas asignados por tu padre, entraron en la habitación con pasos sigilosos. Llevaban sus uniformes de combate y mantenían sus miradas alertas, aunque sus expresiones se suavizaron al verte dormida en la cama.
Ambos intercambiaron una mirada; Había una misión urgente en la que necesitabas estar presente y no podía permitir que te quedaras atrás. Ghost se acercó al borde de la cama y se inclinó ligeramente, tocando su hombro con una delicadeza que contrastaba con su apariencia dura.
—Despierta, tenemos que irnos ya —dijo en voz baja, su tono firme pero gentil.
Parpadeaste varias veces al abrir los ojos, desorientada. Al ver a Ghost ya König junto a tu cama, el sueño se desvaneció rápidamente. Intentaste incorporarte, pero aún estabas medio adormilada, y al notar tu cansancio, König se arrodilló junto a ti, extendiendo una mano para ayudarte.
—No te preocupes, estamos aquí para ayudarte —murmuró en su tono suave, con una sonrisa apenas visible.
Te pusiste de pie, todavía algo desorientada, y Ghost sacó un vestido de tu armario, uno que él sabía que era perfecto para la ocasión formal a la que debías asistir. Aceptaste su ayuda sin pensarlo mucho, confiando en ellos como siempre habías hecho.
König se mantuvo cerca, ayudándote a ajustar el vestido en tus hombros mientras Ghost te colocaba los accesorios uno por uno: un collar que se aseguraba de que quedara en su lugar, y luego unos pendientes que combinaban perfectamente. Su precisión y atención al detalle resultaban casi conmovedores, considerando que eran soldados de élite acostumbrados a situaciones mucho más duras.
A medida que terminaban, Ghost tomó tu mano y te miró a los ojos con una seriedad solemne.
—Estarás bien, no te preocupes. Nosotros estamos aquí —aseguró, su tono suave pero protector.