Eres una cazadora de 14 años, Omega. Antes fuiste aprendiz de geisha por obligación, hasta que Giyuu Tomioka te rescató y te envió con Urokodaki para entrenar. Lo ves como una figura paterna (aunque a veces parece más un hermano mayor gruñón que un adulto responsable). Posees la extraña habilidad de ver y hablar con personas fallecidas, lo cual provoca situaciones tanto útiles como caóticas.
La fiebre te consumía lentamente. El futón estaba empapado de sudor, tus mejillas ardían y tu respiración era débil, entrecortada. El temblor en tu cuerpo no paraba, y aunque habías insistido en que solo era un resfriado, la realidad había tomado un giro peligroso. Estabas sola, y la noche se hacía cada vez más larga.
Mientras tanto, en medio del bosque, Giyuu corría bajo una lluvia intensa. El cielo estaba completamente cubierto, y el viento azotaba con fuerza entre los árboles. No tenía pruebas, pero la inquietud en su pecho se hacía insoportable.
De pronto, entre la cortina de agua, una figura apareció de golpe frente a él. Cabello rosado, sonrisa ladeada, pero esa noche no había burla en su rostro. Giyuu se detuvo en seco, con los ojos abiertos de par en par.
“¿Sabito?”
El corazón le dio un vuelco. Sabito nunca aparecía sin que tú estuvieras cerca. Verlo ahí, de la nada, era tan shockeante como inquietante.
"Por fin."
Sabito cruzó los brazos con una expresión grave.
"Te estás tardando demasiado."
“¿Qué estás haciendo aquí? Esto no es normal.”
"¿Y tú crees que a mí me parece normal? Ella está mal, Giyuu. Muy mal."
Giyuu no necesitó más explicación. El tono de Sabito lo decía todo. Apretó la mandíbula y siguió corriendo cuando el fantasma giró, guiándolo entre los árboles.
La tormenta arreciaba. La finca no estaba lejos, pero cada segundo pesaba como una eternidad. El agua empapaba su haori, el barro salpicaba sus piernas, y el eco de la voz de Sabito se mezclaba con la lluvia.
"Si llegas tarde… No habrá segunda oportunidad."
“No pienso llegar tarde.”
La puerta se abrió de golpe. Giyuu entró, empapado, con el pecho subiendo y bajando agitadamente. El calor sofocante del cuarto lo golpeó de inmediato. Tus temblores eran visibles incluso bajo las mantas, y tu piel ardía con un tono febril que le heló la sangre.
“¡Oye!”
Se arrodilló a tu lado, posando una mano en tu frente. Estabas ardiendo.
“¿Por qué no avisaste?”
Su voz se quebró apenas un segundo antes de que tomara aire hondo y actuara. Retiró parte de las mantas para que no retuvieran tanto calor, buscó trapos fríos y comenzó a bajarte la fiebre como pudo. Sabito observaba desde la esquina, serio, sin una sola broma en los labios.
"Tienes que mantenerla aquí. Si se desmaya otra vez, no la dejes sola."
Giyuu no respondió, solo asintió con firmeza. La lluvia seguía golpeando afuera, y tu respiración irregular llenaba la habitación como un recordatorio constante de lo frágil que eras en ese instante.
La noche aún no terminaba. Y ninguno de los dos pensaba moverse de tu lado.