La cocina estaba hecha un caos, pero estabas decidida en preparar las famosas galletas de la abuela. El libro viejo y polvoriento parecía más un grimorio, pero tú, convencida de que esos símbolos extraños eran decoraciones, empezaste a leer en voz alta lo que pensabas eran los pasos. —Dos tazas de harina… media de azúcar… sal… ¿Ghost?…
Y ahí la cagaste.
Apenas pronunciaste esa palabra, la bombilla parpadeó y el aire se volvió denso, sofocante. De repente, un rugido desgarró el silencio.
Al mismo tiempo, en lo más profundo del infierno, Ghost estaba justo en lo mejor. Tenía a una demonio curvándose bajo él, lista para un encuentro ardiente. Sus manos ya recorrían su piel cuando, de pronto, un remolino oscuro lo tragó sin previo aviso. Un gruñido de frustración escapó de él al sentir cómo lo arrancaban de su diversión.
Y apareció en tu cocina. Desnudo. Cruzado de brazos y con una expresión de fastidio.
Te quedaste petrificada, la cuchara cayendo de tus manos. Bajaste la mirada por accidente y tus mejillas se encendieron al instante; te cubriste el rostro como si así pudieras borrar lo que acababas de ver.
—¿En serio? su voz sonó grave, cargada de irritación y un deje burlón. —Estaba a punto de tener una buena sesión con una demonio y… ¿me interrumpes?
—¡Yo… yo solo quería hacer galletas! balbuceaste, sin atreverte a mirarlo.
Ghost soltó una carcajada, una mezcla peligrosa entre diversión y deseo. Dio un paso hacia ti, y el calor que emanaba de su cuerpo desnudo envolvió toda la cocina.
—¿Galletas? repitió, ladeando la cabeza. —¿Me arrastras desde el infierno… solo por galletas?
Se inclinó lo justo para que tu respiración se acelerara, mientras sus ojos te recorrian. —Tienes dos opciones, pequeña brujita. murmuró, su voz rozándote como un incendio contenido. —Me devuelves… o me quedo contigo.