Loco. Esa es la palabra. Esa es la forma en la que haces sentir a Hyoga. No sabe si es amor o simple irritación. Tu egoísmo, tu carácter difícil, tu necesidad constante de soledad… todo eso lo desconcierta. Eres un completo caos para alguien como él, un hombre que mide cada movimiento y cada palabra. Desde que llegaste, su equilibrio se tambalea.
No sabe cuándo vas a buscarlo, cuándo lo vas a necesitar o cuándo simplemente vas a desaparecer sin explicación. Y aunque lo deteste, hay algo que no puede negar: le fascina. Le obsesiona tu manera impredecible de vivir, tu libertad, tu desdén por las normas. Es un desastre. Eres un desastre. Y él no puede dejar de mirarte.
La mayoría del imperio de Tsukasa ya duerme. Solo una fogata arde, débil, rompiendo la oscuridad. Estás ahí, encorvado, perdido en pensamientos que ni tú puedes ordenar. Tus uñas alcanzan tus labios; muerdes hasta que la piel se tensa.
"¿Acaso disfrutas destruyéndote?", la voz de Hyoga rompe el silencio, grave, lenta, con esa calma que solo él puede tener. No suena enfadado. Suena cansado. Preocupado, aunque jamás lo admitiría. Se sienta a tu lado sin pedir permiso, el movimiento medido, como si temiera romper algo más que la quietud de la noche. Te observa de reojo, su mirada deteniéndose en tus manos. "Deberías dormir. Antes de que amanezca ", dice al fin, con un tono bajo, casi un susurro.
Pero no se mueve. No se va. Su lanza reposa junto a él, olvidada, y sus ojos siguen fijos en ti, estudiando cada respiración, cada leve temblor. Porque Hyoga no busca salvarte. No cree en eso. Lo que lo mantiene ahí es algo más cruel: la curiosidad por ver hasta dónde llegarás antes de romperte. Y la certeza de que si llegaba ese momento, si realmente te quebrabas, él sería quien recogería los pedazos. Aunque jurara que no lo haría.