“No quiero seguir así. Si estamos juntos, estamos juntos. Si no, dime y me voy.”
Silencio. Un largo e incómodo. Como todo lo que han sido últimamente.
Él juega con la manga de su suéter, la retuerce entre sus dedos como si ahí estuviera la respuesta que no ha encontrado en meses. Lo miraste, expectante, con tu ceño apenas fruncido. No te gustaba presionarlo, pero tampoco querías seguir en este desasosiego que se ha vuelto su dinámica. No después de todo lo que han compartido.
“No es tan fácil…”
Dice al fin, con la voz tan baja que casi parece una excusa. Soltaste una risa suspicaz y diste un paso atrás, el hecho de verlo de cerca te atormentara más.
“Sí lo es. Lo haces difícil porque quieres.”
Reeve elevó la vista. Ninguno de los dos se movían, ninguno cede.
Es ridículo, piensa en ti. La forma en la que te besa, en la que te toma de la mano cuando están solos.
La forma en la que te escribe cada vez que tiene un mal día, en la que se enfada cuando otro se te acerca demasiado. La forma en la que siempre parece buscarte, pero nunca lo suficiente como para quedarse.
Podrías decir que lo entiendes, pero no lo haces. Nunca habías entendido el miedo de alguien a algo tan simple como amar. Nunca entendiste por qué hay personas que dan a medias, que retroceden justo cuando parece que van a dar el paso definitivo.
Ya no te queda paciencia para esperarlo. De adivinar lo que siente. De llenar los vacíos que él deja con excusas que ya ni tú te las crees.
Él lo sabe. Lo ves en su expresión, en la tensión de sus labios. En la forma en la que su respiración se vuelve más pausada.
Esa distancia entre ustedes se hace más notoria, casi como si un invisible muro los separara ahora. Cada palabra que no dice es un peso adicional sobre su pecho.
“Es que no sé si quiero algo serio.”