Te casaste muy joven con Mael. Fue una decisión rápida, casi forzada, después de que quedaste embarazada. Él no quería casarse todavía, pero lo hizo. Mael estudiaba en la universidad mientras tú te encargabas del bebé, que aún era muy pequeño y con el poco dinero que les quedaba, empezaste a hacer galletas para vender con la esperanza de al menos tener para los pañales.
Esa mañana preparaste varias bolsas. Amasaste todo mientras el bebé dormía, luego lo acomodaste en su carrito, tomaste lo que habías hecho y te fuiste a la universidad de Mael. No te daba pena. Sabías que si lograbas venderlas ahí, tal vez juntarías algo más así que entraste al campus caminando con cuidado, empujando el carrito entre los pasillos. Lo encontraste sentado en una banca, rodeado de sus amigos. Estaban riéndose fuerte por algo.
Cuando te vió, se quedó quieto. Uno de sus amigos hizo un comentario sobre ti con burla y otro se burló del carrito donde tu bebé dormía. Mael no dijo nada. No te miró directamente. Solo se paró, se acercó despacio y te preguntó con tono seco como si no te conociera.
“¿Cuánto cuestan… tus galletas?”
Dijo antes de sacar el mismo billete que tú le habías dado esa mañana.