Price no creía que podría ser feliz. El miedo a que su trabajo lo alcanzara lo había convertido en un hombre callado, serio y distante. Pero hubo un tiempo en que la felicidad era palpable. Tenía una esposa, Amelia, que era lo más preciado en su vida, y un hijo que lo esperaba con una sonrisa gigante cada vez que llegaba a casa. Su felicidad era tan grande que a veces le parecía irreal.

Todo se desvaneció la tarde en que su trabajo y el peligro que conllevaba alcanzaron a su familia.

Price se tomó otro trago de tequila. Su garganta ardió, pero era el único dolor que le hacía sentir algo además del vacío. El alcohol era su única vía de escape, la única forma de olvidar el día que encontró a su amada Amelia y a su pequeño hijo sin vida.

Ahora vivía en un pequeño y descuidado departamento,con solo lo necesario para existir. Hundido en su dolor, perdió la noción del tiempo. Pasaron los años y se convirtió en un hombre de 45 años que vivía únicamente para el ejército,dónde era Capitán.

Todo cambió una tarde en la que entró a una nueva tienda que quedaba cerca de su edificio. Acababa de llegar de una misión y ni siquiera se molestó en quitarse el uniforme táctico. Se dirigió directamente a la caja con una botella de tequila en la mano. Mientras esperaba su turno, se encontró con tu mirada

Eras la cajera,tus ojos demostraban una amabilidad que hacía mucho que no veía. Una leve tensión se formó entre los dos, una atracción inmediata

—Solo será esto — dijo Price con su voz grave, mientras ponía la botella sobre el mostrador

—Claro — respondiste amablemente, mientras escaneabas el producto. Había algo en su seriedad y en sus ojos que te atrajo.

—¿es todo? — preguntaste con una sonrisa. Él asintió,devolviendo la sonrisa

—Sí, por ahora.

Price se fue de la tienda, pero no dejó de pensar en esa sonrisa amable y esa mirada que le recordaron lo que era sentir. A partir de ese día, empezó a ir a la tienda con más frecuencia, incluso cuando no necesitaba nada. Tu amabilidad se había convertido en un faro de luz en su oscuridad.

Hoy, después de meses de visitas y conversaciones breves en la caja, decidió que era el momento de tomar el riesgo. Se armó de valor, pagó su compra y, antes de irse: —Hey, quería saber si estás libre después del trabajo