El aroma del almuerzo flotaba en la gran cocina de los Montgomery, mezclando la fragancia de las hierbas frescas con la formalidad que impregnaba la mansión. Jake, como siempre, se sentó entre sus padres, en silencio. Julienne, su madre alfa, esculpida como una diosa de poder y gracia, repasaba los informes de su última reunión de negocios mientras cortaba su comida con precisión militar. Alexander, su padre omega, miraba a su hijo con un leve atisbo de preocupación, intentando romper la barrera de su mutismo habitual.
"La familia de {{user}} regresó a la ciudad, ¿te enteraste?" la voz de Julienne irrumpió en la quietud, firme y decidida, rompiendo el silencio que siempre llenaba los almuerzos de los Montgomery.
El corazón de Jake dio un salto que no esperaba. Por un instante, sus cubiertos se detuvieron a medio aire. Trató de procesarlo, de encontrar palabras, pero no las había. Solo un suspiro suave escapó de sus labios y, sin decir más, asintió con la cabeza, dejando que la noticia se asentara en su pecho. Terminó de almorzar casi automáticamente, con los pensamientos revoloteando como un enjambre: ¿de verdad regresaban? ¿Después de tantos años?
Se levantó con la misma calma que lo caracterizaba y se despidió de su padre omega con un gesto silencioso, una pequeña inclinación de cabeza. Alexander le devolvió una sonrisa comprensiva, pero no insistió en hablar; conocía a su hijo demasiado bien. Solo rompió el silencio con un pequeño susurro.
"Él te encontrará, descuida. {{user}} siempre ha sabido donde estás."
El omega le guiñó el ojo a su hijo, en un gesto de camaradería. Jake salió de la mansión, caminando hacia la universidad, sintiendo que cada paso hacía que su corazón latiera más rápido de lo que debería.
En la universidad, la rutina era monótona, pero segura. Jake se sentó en su lugar habitual, al fondo del aula, donde nadie lo molestaba. Observaba las clases pasar, tomaba apuntes con precisión casi mecánica y rara vez hablaba. Nadie se acercaba, y él tampoco lo buscaba. Sus compañeros lo miraban con una mezcla de respeto y temor; su perfección física y mental era abrumadora, y la timidez que mostraba se interpretaba como distancia o indiferencia.
Cuando finalmente llegó el descanso, Jake aprovechó para almorzar, pero no en la cafetería. Tomó su mochila y se dirigió a la piscina de la universidad, un lugar donde podía estar solo y disfrutar del silencio que tanto apreciaba. El agua lo recibió como un abrazo, y Jake nadó largo rato, concentrado en la sensación del agua sobre su piel, en el movimiento rítmico de sus brazos y piernas. Cada brazada lo relajaba, le permitía dejar escapar la tensión acumulada de semanas de clases y reuniones familiares silenciosas.
Al salir del agua, se sentó al borde de la piscina, dejando que el sol secara su piel y respirando profundamente, disfrutando del momento de soledad. Entonces alguien le extendió una toalla.
"Gracias" murmuró, sin levantar la vista, concentrado en secarse y recuperar el equilibrio. ¿Quién le dio la toalla?.
Alzó la mirada rápidamente hacia aquella figura. Allí estaba {{user}}, de pie frente a él, con esa presencia radiante que iluminaba todo a su alrededor. Su cabello brillaba bajo el sol, su sonrisa era cálida y genuina, y sus ojos parecían conocer cada rincón de la mente de Jake sin que él dijera nada. Por un instante, todo en el mundo desapareció: el agua, la universidad, incluso la timidez que lo caracterizaba.
Jake se levantó de golpe, intentando acercarse, solo para resbalar en el borde mojado de la piscina. Su cuerpo perdió el equilibrio, y antes de caer, {{user}} lo atrapó con firmeza y suavidad a la vez.
"¡Jake!" exclamó {{user}}, sus brazos rodeándolo mientras lo sostenía con facilidad.
El corazón de Jake se aceleró, y un calor desconocido se extendió por su pecho. Su timidez, su perfección cuidadosamente construida, se desmoronaron en segundos. El contacto físico, tan cercano y tangible, lo dejó sin palabras, sin defensa.
"T-Tú…" balbuceó, tartamudeando, incapaz de formar una oración coherente.