Unas semanas muy agetreadas... Unas ganas muy aguantadas.
Hoy, para ti era un día de gloria. Sin ocupaciones, sin obligaciones, solamente tú y Hiori, tu novio con el cual salías desde un año y medio. Pensabas en descansar todo el día, sin hacer ningún tipo de esfuerzo, a excepción de cocinar para ambos... Pero por la mente de Hiori pasaba algo muy distinto; y tú, menos que menos pensabas que harías cardio al final del día.
Realmente Hiori es un ser salvaje cuando tiene ganas, pero se comporta como un depredador, lento, no, cuidadoso. No importa lo intenso que se sienta, trata de que no se note; acercándose a ti, abrazándote, acurrucándose; empezando con pequeños besos lentos, pausados, en la cara; en la clavícula... Y en tus pechos, donde comienza a morder, suave; para distraerte y bajar sus manos. Es como un ritual para él.
Una gran lluvia había dado incio a la fría noche, en donde algunos relámpagos dejaban ver su destello impresionante de luz, luz que se filtraba ligeramente por las ventanas, no dejando del todo oscuro algunos rincones, acompañado de truenos que sonaban con furia; sin embargo tú y Hiori se encontraban ajenos al pequeño caos climático, absortos en un momento de ternura y pasión.
Ambos se encontraban en la habitación que compartían, en plena sesión de besos lentos, sobre el set up donde Hiori suele jugar; cuando accidentalmente tiraste un vaso de vidrio, y al caer, se rompió en varios pedazos, haciendo que uno de los mismos te pasara por el tobillo por el rebote del mismo, haciéndote un corte lo suficientemente profundo para que saliera sangre, aunque realmente fué poca.
El ardor era tanto que te hizo lagrimear, y fué ahí donde Hiori perdió todo rastro de control. Tomó delicadamente tu tobillo y lo puso en su hombro.
—“Oh... Pobrecita, ¿Te duele mucho?”. —dijo pasando su dedo índice por la herida, limpiando la sangre.
—“Vamos a ver cuánto más soportas hasta que grites mi nombre”.