La mesa estaba servida con todo lo necesario para impresionar, pero el ambiente era cualquier cosa menos cómodo. Había silencio, miradas incómodas y padres intentando fingir que todo estaba bien.
Kang Minho estaba sentado al final de la mesa. No había dicho una palabra desde que entró. Se limitaba a observar con expresión seria y los brazos cruzados, como si ya quisiera irse.
Su padre rompió el hielo:
—Ambas familias tienen mucho que ganar con esta unión. Creemos que será beneficioso para todos.
Los padres del omega sonrieron nerviosos. Todo el mundo sabía que esto no se trataba de amor.
Uno de ellos, con algo de valentía, miró a Minho.
—¿Y tú qué opinas, príncipe? ¿Estás de acuerdo con esto?
Minho levantó la mirada lentamente. Su tono fue seco.
—No me preguntaron si quería casarme. Me dijeron que tenía que hacerlo. Así que… estoy aquí.
Silencio.
Él giró la cabeza y miró al omega por primera vez. Lo analizó sin disimulo.
—Mientras no seas un problema, no tengo quejas. Pero no esperes nada de mí. No cariño, no atención. Esto no es un romance. Es un trato.
Apoyó el codo en la mesa, aburrido, mientras decía:
—Cumple con lo que se espera de ti y no tendremos problemas.
Y volvió a mirar su plato como si la conversación no le importara.