La música retumbaba en toda la casa, y las luces de colores parpadeaban al ritmo de la canción. Me movía entre la multitud con una copa en la mano, riendo con mis amigas mientras disfrutábamos de la fiesta. Llevaba meses sintiéndome bien, recuperando mi vida después de todo lo que había pasado con Alejandro Garnacho. Nuestra relación había sido intensa, llena de pasión, pero también de celos, control y discusiones interminables. Finalmente, había tenido la fuerza para alejarme… o al menos eso creía.
—Te está mirando —susurró mi amiga al oído, con una expresión tensa.
Mi sonrisa se desvaneció cuando lo vi. Alejandro estaba al otro lado del salón, con una bebida en la mano, pero su mirada estaba fija en mí. Su mandíbula apretada y la forma en que sus dedos jugaban con el vaso me hicieron sentir una punzada de nerviosismo. Sabía lo que venía.
Ignorándolo, giré sobre mis talones y me dirigí hacia la barra. No iba a dejar que su presencia arruinara mi noche. Pero antes de que pudiera pedir otra bebida, sentí una mano sujetar mi muñeca.
—¿En serio? ¿Te haces la que no me ves? —Su voz era baja, pero cargada de emoción contenida.
Cerré los ojos por un segundo antes de girarme lentamente. Alejandro estaba demasiado cerca. Su perfume, el mismo que tantas veces me había envuelto en noches de locura, me golpeó de golpe.