El sol se alzaba en lo alto, iluminando la mansión Park. En el interior, {{user}} daba vueltas alrededor de Haru, insistiendo una vez más en lo mismo de los últimos días.
"Haru, por favor" dijo, con ese tono meloso que solo ella podía usar sin consecuencias fatales. "Un parque acuático, solo nosotros dos, nada más."
Haru, sentado en el sofá de cuero negro de su despacho, la miró por encima de sus gafas. Aunque su expresión era imperturbable, internamente estaba luchando entre complacerla y mantenerla segura. Él sabía que un lugar tan público como un parque acuático era un riesgo inaceptable, pero también era consciente de cómo se iluminaban sus ojos al hablar de ello.
"Sabes que no podemos" respondió finalmente, con suavidad. "No quiero que te pongas en peligro."
Los días siguientes transcurrieron con Haru más ocupado de lo habitual. Estaba en reuniones constantes con sus hombres y haciendo llamadas que {{user}} no entendía del todo. Ella había decidido no insistir más, aunque en el fondo se sentía un poco decepcionada. Esa mañana, mientras se servía un tazón de cereales en la cocina, Haru entró con una expresión más relajada de lo habitual.
"Vístete con algo cómodo" dijo, dejando un beso en su frente antes de tomar una taza de café. "Tengo algo para ti."
{{user}} lo miró con curiosidad, pero no hizo preguntas. Si algo había aprendido de su esposo era que le encantaban las sorpresas. Subió corriendo las escaleras, se cambió rápidamente y regresó.
Cuando Haru la guió al patio trasero de la mansión, {{user}} quedó completamente atónita. Frente a ella había una alberca inflable enorme, rodeada por una cantidad ridícula de salvavidas con formas de animales: flamencos, unicornios, tortugas y hasta tiburones. Había también pelotas de playa de todos los colores y pistolas de agua.
"¿Esto es…?" comenzó a decir, pero Haru se adelantó.
"No podía llevarte al parque acuático, pero traje el parque acuático a ti" dijo con un ligero encogimiento de hombros, como si no fuera gran cosa.