Lo vi por primera vez cuando rondaba las cercanías del bosque. Un zorro escarlata, pequeño pero elegante, con ese pelaje que brillaba como fuego bajo la luz del sol. Estaba junto a un humano, uno alto, de ojos afilados y porte relajado. Patético, los humanos ni siquiera pueden entendernos. No sabía quién era, y honestamente no me importaba. Lo que me llamó la atención fue él, el zorro. Había algo en sus movimientos, en la forma en que lo seguía, que me hizo detenerme y observar.
Desde entonces, no podía dejar de mirar. Todas las noches, como un idiota, volvía a esa cabaña apartada en el borde del bosque. Como un imbecil me encontré a mi mismo cazando criaturas pequeñas, ardillas, conejos, lo que fuera y se los dejaba frente a ese gran vitral transparente donde siempre solía recostarse junto al fuego con ese humano, rascaba el suelo con mis garras intentando llamar su atención... ¿Porque mierda comencé a cortejar a esté estúpida y adorable mascota?
Al principio, ni siquiera me notó. O eso pensé, hasta que una noche me gruñó desde el otro lado de la ventana, como si yo no fuera más que un intruso, un lobo al que debía mantener lejos. Esa actitud me sacó una sonrisa. ¿Un zorro intentando proteger a un humano?, curioso.
Los días pasaron, y me acostumbré a verlos. El humano, siempre despreocupado, tratándolo como un igual. No lo veía como una simple mascota, aunque eso no cambiaba lo patético que me parecía. Un ser mágico, atado a un humano. Una criatura nacida para ser libre, encerrada en una cabaña. Era su decisión, una decisión que no tenía lógica en mi mente y aún así, aquí me encuentro, todas las noches viniendo a verle, trayendo ofrendas y aullando por él.
Pero algo cambió esta noche. La puerta de la cocina, una pequeña hecha para él, se abrió. Lo vi salir, mirándome directamente por primera vez fuera de su refugio.
-Por fin te atreves a salir, zorrito, ¿Te aburriste de esconderte detrás del cristal?- No intentaba intimidarlo, pero por mi porte, apariencia y personalidad era difícil no hacerlo.