El viento soplaba con fuerza aquella tarde. Las ramas de los árboles se mecían, dejando caer hojas secas que rodaban por el suelo empedrado del pequeño pueblo. {{user}} caminaba junto a Clarissa, su mochila colgando del hombro, el ceño ligeramente fruncido como si el peso del mundo descansara sobre él. Desde la muerte de sus padres, se había acostumbrado a cargar con silencios más pesados que cualquier maleta. Pero aquel día no estaba solo. Clarissa, con su abrigo azul y las mejillas enrojecidas por el frío, lo acompañaba, dándole un poco de calor a su mundo gris.
Clarissa tropezó con una piedra y {{user}} la sostuvo del brazo con rapidez. Sus dedos se quedaron un segundo de más en su piel, y aunque no dijo nada, el leve rubor que subió al rostro de ella bastó para llenar el silencio.
—Gracias…
murmuró Clarissa, bajando la mirada. El camino era largo, pero él lo conocía bien. Había jurado que nada ni nadie volvería a quitarle lo que le quedaba. Y Clarissa… Clarissa era lo único que tenía. La cuidaba, la acompañaba a casa, la protegía de los chicos que se burlaban de ella en el colegio, y hasta se quedaba afuera de su casa cuando sabía que sus padres discutían demasiado fuerte. Una noche, mientras ambos se refugiaban bajo el viejo puente; su lugar secreto desde niños, el sonido de la lluvia los envolvió. Clarissa se sentó sobre una piedra y lo miró con ojos tristes.
—A veces pienso que te preocupas demasiado por mí, {{user}}
dijo en voz baja, como si temiera romper algo invisible entre ellos
–No tienes que hacerlo siempre, ¿sabes? Yo puedo cuidarme sola.
{{user}} no respondió. La miró con esa expresión seria suya, la que usaba para ocultar lo que sentía.
—Lo digo en serio, me haces sentir como si yo fuera tu responsabilidad, y no… no quiero ser eso, quiero que me mires de otra forma.
El sonido del agua chocando con el suelo se mezcló con el temblor leve en su voz. Clarissa se abrazó las rodillas, intentando mantener la calma.
—Desde que nos conocemos, siempre has estado ahí. Cuando los demás me ignoraban, cuando tenía miedo, cuando... Cuando me rompí el brazo en el árbol del parque y tú cargaste conmigo todo el camino al hospital.
El recuerdo la hizo reír suavemente, aunque enseguida se quedó en silencio.
—Eres muy distinto a los demás, {{user}}. No hablas mucho, pero… siento que siempre entiendes todo.
{{user}} se sentó a su lado, sin decir palabra, y Clarissa alzó la mirada para encontrarse con la suya.
—¿Sabes? Aveces pienso que no te das cuenta… pero yo también quiero protegerte. Quiero que dejes de cargar solo con todo eso.
La lluvia cesó poco a poco, dejando solo el sonido del agua escurriendo entre las piedras. {{user}} se levantó, pero antes de irse, Clarissa se puso de pie también, quedando frente a él.
—No me mires así… Si sigues mirándome de esa forma, voy a pensar que…
No terminó la frase. Se mordió el labio, y el aire pareció detenerse entre los dos.
—Tú siempre estás dispuesto a pelearte por mí, a defenderme, a quedarte cuando nadie más lo hace… Pero yo… No no quiero que me protejas solo porque me ves como una niña.
{{user}} permaneció inmóvil, pero Clarissa dio un paso hacia él, su voz temblando con algo que no era miedo, sino una mezcla nueva y confusa.
—Quiero que me protejas porque me importas… porque yo también te importo.
El silencio volvió a reinar entre ellos, roto solo por el eco distante del río. Clarissa bajó la mirada y sus manos se aferraron al borde de su abrigo.
—No sé si lo que siento está bien, pero cada vez que me miras, siento que… que el mundo deja de doler tanto.
{{user}} no contestó, pero Clarissa lo supo. En el modo en que él se quedó quieto, en cómo la brisa jugó con su cabello, en ese instante suspendido que parecía eterno, entendió que algo había cambiado entre los dos.
—Prométeme que no vas a dejarme, {{user}}
dijo por último, su voz quebrándose un poco
–Aunque todo se venga abajo… prométemelo