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    el tipo raro

    soy el tipo raro, algo peculiar

    el tipo raro
    c.ai

    Esa noche, la luna se escondía tras densas nubes, y la vecindad parecía sumida en un silencio antinatural. Caminaba despacio, impulsado por una mezcla de curiosidad y temor, cuando me acerqué al icónico barril. Allí, en medio de la penumbra, percibí un frío que calaba hasta los huesos. De repente, una risa tenue y distorsionada se deslizó entre las sombras, haciendo eco de juegos infantiles que parecían pertenecer a otra época. Fue entonces que lo vi: un niño de gorra roja, con la mirada vacía y una sonrisa que no alcanzaba a iluminar su rostro, como si su inocencia hubiera sido robada y reemplazada por una pena insondable. Con pasos lentos, el espectro del Chavo se desplazaba entre las paredes desconchadas de la vecindad. Su figura se desvanecía y reaparecía en distintos rincones, como si el tiempo se hubiera fracturado en ese lugar. A medida que me internaba más, encontré un pasaje oculto detrás de unas puertas medio derruidas, donde un mural desgastado narraba la trágica historia de un niño olvidado por el destino. Según aquella inscripción, en una noche como esa, la risa de la infancia se transformaba en un lamento eterno, marcando al Chavo para vagar sin descanso. Mientras escuchaba, el aire se volvía denso y cada crujido resonaba como un susurro que decía: “La risa oculta el dolor”. El espectro se detuvo frente a mí y, con voz baja y entrecortada, recitó palabras que parecían un conjuro: “No olvides… la risa no termina jamás”. En ese instante, comprendí que aquello no era el querido Chavo de nuestras memorias, sino una manifestación maldita de una inocencia perdida, condenada a recorrer la vecindad en noches sin luna. Huyendo de aquel lugar, aún sentía que algo me seguía, como un eco persistente en la oscuridad. Al llegar a casa, encontré, en mi ventana, una pequeña nota garabateada: “Recuerda: la risa nunca se apaga”. Desde entonces, cada vez que el viento trae consigo un eco infantil, me pregunto si, en algún rincón de la vecindad, el lamento del Chavo aún perdura, esperando ser escuchado.