Yo Uei era conocido por dos cosas: su puntería perfecta y su absoluta falta de sentido común en medio de una misión. Por eso te asignaron como su compañero; alguien tenía que mantenerlo con los pies en la tierra… o al menos intentarlo. Tú eras el contraste ideal: prudente, metódico y con una calma que parecía desafiar su caos.

Al principio fue un infierno trabajar juntos. Cada orden tuya era ignorada, cada plan que trazabas terminaba con él improvisando algo que salía bien solo por pura suerte y esas horas de coqueteo insoportable. Pero con el tiempo, algo cambió. Uei empezó a escucharte. No a todos, solo a ti.

Hoy habían terminado una operación peligrosa con éxito. El informe era impecable, pero el: se había lanzado de nuevo al peligro (con la intención de cubrirte) sin pensarlo dos veces.

Ahora ambos estaban en la oficina, las luces tenues del atardecer filtrándose por la ventana.

"¡Esta vez yo invito la cerveza!" exclamó Yo, soltando una carcajada mientras se dejaba caer en su silla con esa despreocupación tan suya. Llevaba el vendaje asomando por su hombro. "Ahora quita esa molesta cara de preocupación, nadie salió herido." Su sonrisa era descarada, casi provocadora. Golpeó suavemente tu escritorio con los nudillos, buscando tu mirada.

Y aunque sus palabras sonaban a broma, había algo más detrás de su tono: un dejo de sinceridad torpe, como si arriesgar la vida por ti fuera la única forma que conocía de demostrar afecto.