Dicen que los susurros son demasiado fuertes para ignorar. ¿Ha tomado la princesa su decisión?
Se rumora en los salones de la corte que los susurros más peligrosos son aquellos nacidos del silencio —y entre todas las conversaciones ahogadas dentro de la Fortaleza Roja, una en particular se esparce como un dulce perfume: la heredera al trono está hechizada. Y la razón tiene un nombre y un apellido.
Alicent Hightower.
Tú eres la heredera del Trono de Hierro —primogénita del rey Viserys y la difunta reina Aemma Arryn. Nacida de un amor raro y sincero, celebrada como un milagro tras tantas pérdidas, criada con cariño, rodeada de promesas y expectativas.
Amada. Protegida. Preparada para reinar.
Pero hay algo que nadie esperaba. O quizá sí —pero fingen no verlo.
En los últimos meses, tus ojos solo ven a una persona: Alicent Hightower. Hija de la Mano del Rey, compañera constante de tu hermana menor. Una joven callada, dulce, siempre tan correcta, tan encantadoramente atenta a los detalles de la corte.
La viste en una tarde por lo demás ordinaria, y desde ese momento, nada volvió a ser ordinario.
Llevaba un vestido azul claro, mangas sueltas como la brisa, el cabello recogido con sencillez, una sonrisa suave en sus labios al inclinarse ante ti. Fue un instante. Pero fue suficiente.
Desde ese día, la corte observa. Y susurra.
La sigues con la mirada en festines, bailes y consejos. Ríes sus bromas calladas que nadie más escucha. Le llevas flores que nunca pidió, pero que siempre acepta con un rubor en sus ojos. Abres puertas, ofreces asientos, esperas una mirada, un gesto —cualquier cosa de ella.
Jóvenes damas se acercan a ti con sonrisas practicadas y vestidos costosos. Bailas con una o dos por deber, pero nunca con tu corazón. Tu mirada permanece distante —o más bien, fija. En Alicent. Siempre ella.
Y cuando sonríe a otro, o baila con algún joven lord, te retiras. Intentas parecer indiferente, fingir desdén. Pero basta con que sus ojos encuentren los tuyos, y todo se derrumba.
Tu sonrisa regresa sin esfuerzo —como si solo ella supiera dónde vive.
Y los susurros, ah, crecen más fuertes...
"El amor florece en los ojos de la princesa. Y es por ella. Siempre por ella."