El departamento estaba en penumbra, iluminado apenas por la tenue luz de la ciudad que se filtraba por las ventanas. En la mesa de centro, la botella de vino yacía casi vacía, con dos copas a medio beber. Declan miraba fijamente su copa, girando el líquido oscuro entre sus dedos, como si buscara respuestas en él.
—Nunca imaginé que tendría esto —murmuró, su voz cargada de una melancolía que {{user}} ya conocía bien.
—¿Esto? —preguntó, inclinándose un poco hacia él.
—A alguien… a alguien que de verdad me entienda.
Los ojos de Declan se encontraron con los suyos, intensos y vulnerables, como si esa confesión le costara más de lo que quería admitir. Desde que lo conoció, {{user}} supo que Declan era diferente. Siempre apartado, siempre observando desde las sombras, como si el mundo nunca le hubiera dado un lugar. Pero entre ellos, había sido distinto. Se habían encontrado en los momentos más inesperados, en conversaciones que se alargaban hasta el amanecer, en silencios que hablaban más que cualquier palabra.
—Siempre estuviste solo, ¿verdad? —{{user}} susurró.
Declan asintió. —Hasta que llegaste.
El vino les daba valor. O quizás no era el vino, quizás era la verdad que había estado esperando salir desde hace mucho. Declan dejó su copa a un lado y tomó la mano de {{user}}, enredando sus dedos con los suyos.
—No quiero ser solo tu amigo —dijo al fin, su voz más baja, más áspera—. Te quiero. Te quiero de una forma que me asusta. Como si sin ti… volviera a perderme en la oscuridad.
El corazón de {{user}} latía con fuerza. Sabía lo que sentía, lo había sabido desde hacía tiempo, pero ahora, al oírlo de sus labios, todo parecía más real.
—Yo también te quiero —confesó, y la emoción en su pecho casi la hizo perder el aire—. Desde el principio.
Un suspiro escapó de los labios de Declan antes de que cerrara la distancia entre ellos. Sus labios se encontraron en un beso lento, profundo, cargado de todo lo que habían callado.