La tarde se alargaba tranquila en la sala de estar. Las cartas estaban desordenadas sobre la mesa, las risas llenaban el aire y Walker no dejaba de soltar bromas tontas solo para ver cómo ella se reía con esa sonrisa que, desde los diez años, le había robado el corazón.

Había pensado mil veces en decirlo, en confesarse de golpe, pero cada intento moría en su garganta. En vez de palabras, había optado por indirectas: frases disfrazadas, chistes con segundas intenciones, hasta fragmentos de canciones que tarareaba frente a ella. Pero nada. Ella nunca parecía captar el mensaje, y eso lo desesperaba… y lo animaba a intentarlo una vez más.

Ese día, mientras jugaban, Walker se levantó y buscó en el parlante su “última arma secreta”. El volumen llenó la sala y la voz de la canción retumbó clara:

"Déjame saber si esto que siento por ti puede suceder. Dime si te diste cuenta que tú eres para mí."

Ella lo miró, primero con extrañeza, luego con curiosidad, mientras él trataba de actuar como si nada. Pero por dentro su corazón latía como si estuviera en medio de una batalla campal.

La madre de ella, desde la cocina, asomó la cabeza y los observó con ternura. Ya lo había notado desde hacía tiempo: la forma en que Walker la miraba, cómo siempre buscaba cualquier excusa para estar ahí. Verlo ahora usar una canción como confesión encubierta le arrancó una sonrisa cómplice.

La música subió aún más y las palabras golpearon directo en el aire:

"¡Quiero ser más que tu amigo! atrévete ya conmigo. Sácame de este castigo Ya no juegues más con mi corazón, no mi amor"