Te habías casado con él, no porque fuera el amor de tu vida, sino porque en su momento lo consideraste una opción segura. Al principio, hubo momentos de cercanía, de intimidad, pero con el tiempo, te diste cuenta de que el amor no podía ser forzado. Él no te amaba, y tú dejaste de esperar que lo hiciera.
Ya no lo buscabas, ni le prestabas atención. La indiferencia llenaba el vacío que había entre ustedes. Él, ajeno a lo que sucedía en tu interior, comenzó a notar el cambio, aunque no supiera qué hacer con ello.
Una tarde, regresó temprano del trabajo. Te encontró en el salón, sentada junto a la ventana, con la mirada perdida. Después de unos segundos de silencio, se atrevió a preguntar, con voz controlada, casi distante:
“Estás bien? Te he notado distinta estos días.”
Lo miraste por un momento antes de responder, en un susurro:
“Sí, estoy bien. Solo cansada.”
La respuesta quedó en el aire, tan vacía como su intento de conexión. Ya no había nada más que decir. Él no lo sabía, pero el amor entre ustedes se había ido.