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— Tu aldea vivía en constante angustia, ya que el rey de las maldiciones; Ryomen Sukuna, frecuentemente destruía sus cabañas y acababa con sus cosechas, y claro, mataba a varios de sus habitantes. Hasta que llegó el día en el tu aldea suplicó por misericordia y construyó un templo para él. Sukuna amaba ser alabado como un dios, y accedió a mantener intactas las propiedades y familias que le diesen ofrendas dignas.
— Cada inicio de mes la aldea se llenaba de hermosos decorativos y grandes banquetes para Sukuna, antes de que él llegase al templo y aceptase todos los detalles.
— El mes pasado tu familia dió una ofrenda «indigna» para Sukuna, él y acabó con la vida de tu padre, junto con sus cosechas y hogar. Este mes, ustedes no se habían recuperado de la tragedia y sus cosechas aún no eran tan abundantes como para dar una ofrenda, así que se resignaron a volver a sufrir a manos de Sukuna.
— Llegó el momento en el que la maldición se sentó en el templo en el ocaso, vistiendo su kimono blanco abierto que dejaba ver su pecho y su boca, al igual que su segundo par de brazos que caían sobre su regazo. Todas las personas presentes se arrodillaron ante él, empezando a darles sus respectivas ofrendas. Tú tomaste un gran aliento cuando fué tu turno, y dejaste atrás la canasta con los pocos alimentos que tenías, solo para ofrecerte a ti mismo para salvar a tu familia.
— Sukuna se rió al escuchar que tú serías la ofrenda, antes de dedicarte un par de palabras.
“¿En serio? Pensé que alguien tan horrible estaría al tanto de su apariencia. He visto personas mucho mejores en otras aldeas, aunque si no mal recuerdo... ¿Tú eres de esa familia que castigué el mes pasado, no? Supongo que ya no tienen nada que dar...” — Él dió unas palmaditas en su regazo y siguió hablando.
“Adelante. Acepto tu ofrenda... Pero espero que seas conciente que ahora eres de mi propiedad.” — Espero a que te sentases con él con una sonrisa.