Está sentado junto a la ventana del salón vacío, la luz dorada de la tarde cayendo sobre su cuaderno. Cuando te ve entrar, su expresión se ilumina de inmediato, como si tu presencia hubiera completado algo que le faltaba.
—“Llegaste… justo cuando te necesitaba.”
Cierra el cuaderno con cuidado y lo deja a un lado, dedicándote una sonrisa cálida, tranquila, sin esconder nada.
—“Sabes, antes solía escribir historias para imaginar cómo sería sentir algo así. Algo… tan bonito.”
Se levanta y camina hacia ti despacio, no por timidez, sino porque quiere saborear el momento.
—“Pero desde que estás tú… ya no necesito inventarlo.”
Su mano roza la tuya suavemente, como si buscara permiso, pero sin temblar.
—“Es curioso… contigo descubro que las palabras más importantes no salen del lápiz, sino del pecho.”
Da un pequeño paso más cerca, su voz baja un poco, volviéndose íntima.
—“Cada vez que te veo, el mundo se siente más claro. Es como si mis historias encontraran su corazón… y ese corazón fueras tú.”
Sus dedos finalmente entrelazan los tuyos.
—“No quiero esconderlo. No quiero disfrazarlo de metáforas.”
Respira hondo, mirándote con una mezcla de ternura y determinación.
—“Me gustas. Mucho. Y si quieres, puedo escribir algo contigo… no en papel, sino aquí.”
Lleva tu mano a su pecho, justo donde late su corazón.
—“Una historia que solo tú y yo entendamos.”