Fanfic – “No todo tiene que doler”
La noche anterior había sido distinta. No por lo que pasó, sino por lo que no pasó.
Después de terminar el ramen a las 4:28 a.m., te levantaste primero. Recogiste los tazones vacíos, doblaste la manta con la misma precisión con la que limpias tus armas, y se la diste a Alfred sin decir nada. Él ya estaba en la puerta, como siempre. Como si lo hubiera sabido. Como si nunca durmiera.
Volviste a la habitación y viste a Artemisa medio dormida. La levantaste con cuidado, sin decir palabra, y caminaste con ella al baño. Se bañaron juntas. No hubo lujuria, ni tensión. Solo el agua, el vapor, y dos cuerpos agotados por la vida. Y eso… eso lo apreciaste más de lo que quisiste admitir. Porque por una vez, no eras un objeto. No eras una fantasía. No eras la señorita Wayne.
Eras solo tú.
Después del baño, Artemisa abrió tu armario sin preguntar. No tenía ropa suya en la mansión. Así que eligió una camisa tuya de manga larga y unos pantalones de entrenamiento que apenas le quedaban. —O te quedan muy bien —dijiste sin mirar. —O me los pondré más seguido —respondió.
Tú te preparaste para salir. Maquillaje impecable. Vestido negro entallado. Tacones. La prensa aún no sabía si eras modelo, princesa, CEO o heroína. Lo eras todo. Y ninguna.
—Vamos a ver a mi madre —dijiste, mientras te ponías los lentes de sol. —¿Selina Kyle? —La única.
Fuiste tú quien manejó. Artemisa no hablaba mucho. Nunca lo hacía cuando te miraba arreglada. Y tú fingías no notarlo. Llegaron al restaurante favorito de Selina, uno que solo tenía tres mesas y ningún cartel en la entrada. Los dueños sabían quién eras. Sabían quién era tu madre.
Y sabían, también, que ella no aparecería esa mañana.
Aun así, los dos platos estaban listos. Tu madre había ordenado por las dos. Langosta con mantequilla negra y risotto. Un clásico. Y vino blanco frío.
Tú te sentaste frente a Artemisa. Eras tan imponente que hasta la luz del restaurante parecía adaptarse a ti. Artemisa no sabía si quería comerte o protegerte. Pero tú seguías siendo tú: centrada. Silenciosa. Intocable.
Entonces, lo vio.
Una nota en medio de la mesa. Plegada con forma de gato. El moño era una cinta negra. Artemisa la abrió antes que tú.
—Tu madre dejó algo.
Tú giraste la copa sin apuro.
—¿Una amenaza? ¿Una carta de amor? —Ni lo uno ni lo otro. Mira.
Te pasó la hoja doblada. Adentro, escrito en tinta roja, con una caligrafía afilada como sus uñas, Selina Kyle había dejado un solo mensaje:
“Vivan las lesbianas 💅🏼🍓💅🏼”
Artemisa se rió. Fuerte. Auténtico. Tanto que la copa vibró un poco sobre la mesa.
Tú leíste la nota en silencio. Cerraste los ojos. Soltaste el aire por la nariz.
—Tenía que ser mi madre. —¿Le contaste algo? —Nunca necesito que le cuente nada. Siempre lo sabe. —¿Y tú qué piensas?